Nota de opiniónEnfermedad y muerte de Eva Perón
26 julio, 2020
En el año 2000 el doctor Abel Canónico, quien fuera durante cuarenta y cuatro años Presidente de la Sociedad Argentina del Cáncer, a los 90 de edad, reveló a la periodista Ana D´Onofrio, su amistad con el doctor Robert Pack, del Memorial Sloan-Kettering Cáncer Center de Nueva York, cirujano, radioterapista y patólogo, que fue quien realizó la intervención oncológica a Eva Perón.
Pack había venido especialmente a Buenos Aires de incógnito, ya que la operación se programó como un secreto de Estado que fuera revelado medio siglo después, en una nota publicada por el diario La Nación, de donde fueron tomados algunos de estos datos.
Cuenta el historiador Joseph Page en el libro “Perón, una biografía” que el 9 de enero de 1950, mientras inauguraba una nueva sede del sindicato de taxistas, con 38 grados a la sombra, fue sorprendida por un dolor en la ingle, al que lo disimuló y siguió adelante con el programa. Días después, Oscar Ivanisevich, médico y Ministro de Educación de la Nación, la operaba de apendicitis aguda.
Recuerda Canónico que Ivanicevich contó luego que “cuando sacó el apéndice tocó algo raro en el útero”. Pero nadie se atrevió a poner en ese momento un espéculo vaginal y hacer un análisis. Se preguntó Canónico que como era posible que alguien no se haya “atrevido” al advertir tamaño peligro, cuando de haberlo hecho quizá le habría salvado la vida. Reflexionó y expresó: “Eva no era fácil, era una mujer muy temperamental, ella no se cuidaba la salud y ocultaba muchos de los dolores y los síntomas que padecía. No quería saber nada de quitar tiempo a su Fundación para hacerse un chequeo. Se dejó operar por que le dijeron “apendicitis”, sólo por eso”.
El 14 de junio de 1950 Eva pronunció un pensamiento que encerraba un oscuro presagio: “Creo que el mejor homenaje que a diario le rindo a Perón es quemar mi vida en aras de la felicidad de los humildes”. Ya sufría desmayos, tenía frío constantemente, era sometida a transfusiones de sangre, hasta que el resultado de una biopsia a fines de agosto de 1951 puso el “numen” a la realidad: “carcinoma endofítico”. La palabra “cáncer” era palabra tabú en aquella época, recuerda Canónico, ya que era una sentencia fatal.
En 24 de setiembre Eva se encontraba postrada en cama. Curiosamente el mismo día comenzaba el 1° Congreso Argentino sobre el Cáncer. Organizado por el doctor Abel Canónico, quién invitó especialmente, a su amigo el prestigioso George Pack.
Un mes más tarde el doctor Raúl Mendé (Ministro de Asuntos Técnicos), amigo y confidente de Eva, habló con Perón y la familia de Eva con el diagnóstico en la mano manifestando la necesidad de operarla y así se aceptó. Perón pidió a Mendé que intercediera ante Canónico para que le sugiriera un oncólogo. La enfermedad de Eva trascendió y las embajadas ofrecieron sus mejores médicos. La idea de que Eva se encontrara con un médico extranjero los horrorizaba y lo descartaron. La consigna era que el médico no tendría que figurar en ninguna parte. Canónico, que no hablaba ni con Eva ni con Perón, sino con Mendé, llamó a Pack por teléfono y le explicó que era muy importante su presencia, pero que no le podía explicar por teléfono, ya que era un caso singular.
Pack contestó que entendía y le expresó que fuera a buscarlo, anticipándole que lo ayudaría en todo lo que pudiera. Una vez allá Canónico explicó a Pack que se trataba de Eva Perón quien padecía un cáncer de cuello de útero. También le dijo que no podría figurar frente a la enferma, ya que no quería ver a otros médicos que no sean los regulares y la familia. Todo por razones psicológicas. Ni el mismo Canónico podría verla. Pack fue alojado junto con Canónico en la residencia presidencial (en ese momento estaba donde está hoy la Biblioteca Nacional).
Inmediatamente Pack vió a Eva en la residencia, para lo cual se decidió dormirla con un anestesista. Luego de examinarla dormida, Pack expresó que el tumor tenía un grado II y la solución era la cirugía y ver mientras se va operando hasta donde se podía llegar. Como estaba bajo un tratamiento de radium, Pack sugirió esperar un mes. Mientras la preparaban, como así también el lugar de la operación.
Pack volvió a Estados Unidos y Finochietto ingresó al primer plano frente a ella. Perón internó a Eva el 3 de noviembre en el hospital de Avellaneda construido por la Fundación Eva Perón. Se dijo que la operarían de útero, sin nombrar la palabra maldita. Una hemorragia, un pólipo. La palabra que más se usó fue una úlcera de cuello de útero.
Avisado Pack, viajó enseguida y se instaló nuevamente con Canónico en la residencia presidencial. Pack no podría hablar con nadie, ni con el periodismo, con nadie, ni siquiera por teléfono.
Mientras, el país se conmovía con la campaña del 11 de noviembre, donde las mujeres votarían por primera vez en la Argentina. El lema oficial era Que siga Perón y la fórmula opositora era Balbín-Frondizi. El país entero se impactó al saber que Evita sería sometida a una operación.
En el quirófano del policlínico Presidente Perón de Avellaneda, Pack entró cuando ella estuvo totalmente dormida y comenzó la operación. Extirpó el útero, trompas, ovarios y algún ganglio sospechoso. Canónico recuerda que la operación se hizo bien, que ella toleró la anestesia y que cerró bien la herida. Todos quedaron conformes.
Finochietto quedó a cargo de la enferma. Pack dijo que le parecía haber conseguido sacar toda la parte dudosa, que estaba en el límite y que era difícil hacer un pronóstico a largo plazo, ya que estaba más extendido de lo que pensaba pero era optimista. Finalizado esto y luego de manifestarle el agradecimiento de la familia, le tocó a Canónico pedir a Pack en nombre de Perón que no figurara como el cirujano de Eva, que en su lugar figuraría Finochietto y que no se hable de la enfermedad de Eva en ninguna parte. Pack, un hombre muy noble aceptó no figurar como responsable de la operación y también que quedara Finochietto como su autor, ya que lo consideraba un gran cirujano. No hablaría acá ni en Estados Unidos de la operación a Eva ya que consideraba que lo único importante era la salud de la paciente. Esto demuestra la grandeza del doctor George Pack que como corolario de su vocación humanitaria y desinterés material; no aceptó cobrar honorarios. Expresó: “lo hice por deferencia a un grupo de médicos argentinos por los que tengo gran respeto y para colaborar con la salud de la paciente” a quien admiraba profundamente y a quien comparaba con Juana de Arco.
Eva fue sometida a un tratamiento de radioterapia de 1000 voltios con la supervisión del doctor Joaquín Carrascosa. A los tres meses hubo una recidiva. Pálida, demacrada, débil, para abril, Eva ya era un caso terminal. Consultado nuevamente Pack vía telefónica por Canónico, sugirió una nueva droga que se experimentaba en Estados Unidos, “mostaza hidrogenada”. Fue así la primera enferma que usó la quimioterapia en el país. Eva mejoró, pero por poco tiempo. Perón decía: “está piel y huesos y verde como la espinaca”.
El 4 de junio cuando Perón asumió la segunda presidencia, pesaba cuarenta kilos. Lo acompañó en las ceremonias y para poder hacerlo, se le dio coramina, estimulantes cardiovasculares y con un corsé de yeso y muletas recorrió en auto el camino que lleva del Congreso a la Casa Rosada para asistir a la tradicional ceremonia. Fue su voluntad de acero, su entereza incomparable y el amor a su pueblo que la mantuvo en pie hasta la noche.
Nuevamente Canónico fue consultado por el doctor Mendé sobre la posibilidad de conservar el cuerpo de Eva. Es así que recomendó a Pedro Ara. Lo ubicó, lo consultó y aceptó, quince días antes del desenlace.
Muerta Eva, el doctor Ara trabajó toda la noche, para que a la mañana el peluquero pudiera rearmar su clásico rodete. La enfundaron en una mortaja blanca y colocaron entre sus manos un rosario que le había regalado Pio XII. La acostaron en un ataúd de cedro con tapa de vidrio hermética y una bandera argentina.
Ese día Eva Perón ingresó a la inmortalidad.