A cuarenta años del mundial de JapónMaradona, Ramón Díaz y «los argentinos somos derechos y humanos»
5 diciembre, 2019
Los que están sobre los cincuenta años de edad o arriba de ello y son futboleros, recuerdan seguramente con nostalgia, los tiempos del campeonato mundial juvenil de fútbol que se disputó en Japón. Aquella selección de pibes de dieciocho o diecinueve años que dirigía César Luis Menotti logró que millones de personas se levantaran a las tres o cuatro de la madrugada, para ver a través de la pantalla del viejo Canal 7 (la hoy TV Pública) lo que hacían con la pelota figuras como el mismísimo Diego Armando Maradona o Ramón Angel Díaz.
Eran tiempos de Jorge Rafael Videla como dictador en la Argentina, y épocas también de la fracasada Contraofensiva de Montoneros, que no hizo más que lanzar a la desaparición, asesinato y exterminio por parte de la más cruenta dictadura cívico militar que asoló el país, a numerosos jóvenes cuadros políticos, cuya pérdida el país lamentaría años después, y puede decirse, aún hoy sigue lamentando.
Eran tiempos también de José Alfredo Martínez de Hoz como ministro de Economía, y la difusión de aquellas nefastas propagandas televisivas de la silla de fabricación nacional que se destrozaba cuando el modelo se sentaba, en contraposición a lo fuerte y resistente que era la silla importada. Así le fue a la industria nacional con aquel modelo de genocidio económico aplicado por la dictadura. Cualquier similitud con el plan económico ejecutado durante cuatro años por el gobierno de Mauricio Macri, no es pura coincidencia.
En ese marco de país, aquella selección de fútbol juvenil, con su vuelta olímpica tras vencer a la desaparecida Unión Soviética por tres a uno en la final, luego de goleadas memorables en cada presentación (algunas ante ignotos países para nosotros, como Indonesia) fue un bálsamo entre tanta noche oscura. El debate será interminable: ¿permitía el fútbol un “cable a tierra” a millones, ante la pavorosa realidad de muerte, desaparición y exterminio, asociado a la destrucción del empleo y el salario de los trabajadores?; ¿o era –como se señaló también del mundial Argentina 1978- una exitosa “cortina de humo” que le era absolutamente funcional al gobierno dictatorial?.
Ese mundial juvenil de fútbol se disputó entre el 25 de agosto y el 7 de septiembre, y fue organizado por la FIFA. Aquel mes de septiembre de 1979, un día antes de que se jugara la final del mundial, llegó a nuestro país la delegación enviada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que receptó miles de denuncias de asesinatos y desaparición forzada de personas por parte del Estado nacional, sus fuerzas armadas y sus bandas paraestatales. El relato de fútbol del momento, José María Muñoz, arengaba desde Radio Rivadavia en contra del trabajo de dicha Comisión; la dictadura estampó en todos los autos y lugares públicos, calcomanías con la leyenda “Los Argentinos Somos Derechos y Humanos”, en una de la acciones más cínicas de la historia reciente del país.
La pelota rodando, y todos frente a la tele
Era aquella selección juvenil un equipo con neta vocación ofensiva y enorme calidad en cada uno de los rincones de la cancha. Desde el arquero Sergio García (que en ese entonces era de Excursionistas y que luego transitó la mayor parte de su carrera en el arco de Tigre), pasando por el enorme rosarino Juan Simón como primer zaguero central, formando una dupla con Rubén Rossi, de Colón de Santa Fe, quien no logró pese a sus condiciones trascender en el fútbol profesional.
Si bien en defensa se destacaban también Abelardo Carabelli de Argentinos Juniors (le tocó protagonizar un caso de doping en 1981 nunca esclarecido, en el que fue claramente perjudicado) o uno de los hermanos Alves de Boca, era de mitad de cancha hacia adelante donde el lujo y la perfección futbolera se expresaban de forma clara. El racinguista Juan Barbas de “8”, quien luego luciera en la selección mayor y se consagrara por años en el fútbol inglés (donde aún hoy es “Mister” para el Tottenham que ya no dirige Pocchettino), y el “5” sanlorencista Osvaldo Rinaldi (le tocó descender con el Ciclón en 1981) respaldaban las diabluras de un cuarteto ofensivo de excepción: Diego Armando Maradona, Osvaldo “Pichi” Escudero (campeón en el Boca de Diego en 1981), Ramón Angel Díaz y Gabriel Humberto Calderón como wing izquierdo (salió de Racing, se lució en Independiente, jugó el mundial de 1982 y también el de 1990; tuvo como jugador una dilatada trayectoria en el fútbol francés y suizo).
Esos nombres ensamblaban mejor que una orquesta. Desde el banco, siempre con la “15” y la “16” podían entrar delanteros de calidad, como lo fueron el tucumano Juan José Meza (surgido en Central Norte), el goleador velezano José Luis Lanao (quien sufriera una larga enfermedad de la que pudo recuperarse y volver a caminar) o el no menos peligroso Alfredo Torres, volante creativo de Atlanta.
El rosarino Daniel Sperandío, el xeneize Marcelo Bacchino o el defensor Jorge Piaggio (surgido en Atlanta) también sumaron minutos. El arquero suplente –quien no jugó- fue el “Loco” Rafael Seria, hoy taxista; nacido en Rosario, fue convocado por Menotti (en rigor, el hacedor de aquel plantel fue el maestro Ernesto Ducchini) mientras jugaba en Central Córdoba de su ciudad. Luego actuó en Argentinos Juniors, en All Boys y en Excursionistas.
Aquel equipo, cuyos integrantes tuvieron destinos tan diversos cuarenta años después, logró lo que pocos: quedó en la historia y en el inconsciente futbolero de un país. Para muchos, es el mejor equipo jamás visto, en cuanto a juego y logros obtenidos.
Más detalles para tener en cuenta
Como se señala líneas arriba, un día antes de la consagración de los juveniles arribó a Buenos Aires la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con el fin de investigar las denuncias sobre desapariciones y otros crímenes del régimen comandado por Jorge Videla. La visita ocurrió gracias al paciente trabajo de contactos emprendido por los organismos de derechos humanos argentinos, especialmente por Emilio Mignone, miembro de la Asamblea Permanente y fundador, en aquel mismo 1979, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).
La Comisión, integrada por seis juristas, permaneció en la Argentina hasta el 20 se septiembre, conversó con los dictadores, visitó cárceles y acopió reclamos. A diferencia de la hinchada unánime de 1978, esta vez los eufóricos festejantes del triunfo de la Selección se toparon con una larga fila de afligidos compatriotas que, en Avenida de Mayo al 700, sede de la OEA donde funcionó la CIDH durante su escala en Buenos Aires, esperaban para presentar su denuncia. Eran los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado, muchos de los cuales encontraban por primera vez un canal para ventilar su caso. En esa fila, por ejemplo, estaba Estela Barnes de Carlotto, platense del barrio de Tolosa, siguiendo la huella de su hija Laura, y hoy presidente de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo.
Hacia esos ciudadanos expectantes, acostumbrados a la espera vana, se dirigió la arenga de José María Muñoz. “Vayamos todos a la Avenida de Mayo –convocaba por Radio Rivadavia– y demostremos a los señores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que la Argentina no tiene nada que ocultar”.
En abril de 1980, la CIDH redactó un informe lapidario sobre la situación de los derechos humanos en nuestro país. La censura operó para que no se conociera en su totalidad, pero los testimonios de la cacería no podían silenciarse en el resto del mundo.
(Fotos publicadas por el Diario Clarín)