Una vida más larga o una vida mejor:Qué buscan los científicos que investigan el envejecimiento
29 julio, 2022
Un destacado instituto de investigación sobre longevidad, en Estados Unidos, reveló en qué punto del conocimiento de la longevidad se encuentran. Cuál es la meta. ¿Habrá terapias contra la vejez?
En la pequeña ciudad de Novato, en California, funciona desde hace 34 años una novedosa organización de salud llamada Instituto Buck para la Investigación del Envejecimiento. Aunque podría suponerse que su objetivo científico es buscar la forma de que las personas pasen más años en este mundo. La verdadera promesa de la ciencia de la longevidad, dicen, no es una vida más larga, sino una vida mejor.
El Instituto trabaja a todo vapor desde 1988, cuando los científicos de la Universidad de Colorado, Boulder, identificaron un gen cuya mutación extendía la vida útil de un gusano llamado C. elegans, la primera evidencia de que el envejecimiento podría cambiarse deliberadamente a través de medios moleculares. Buck Es el primer centro de investigación independiente del país centrado exclusivamente en el envejecimiento
A más de 30 años de ese descubrimiento, la ciencia todavía no halló la manera de cumplir con las expectativas, aún cuando ha avanzado lo suficiente para superar y evitar determinadas enfermedades y prolongar así la vida de las personas.
En la historia de la carrera humana por vivir, se han producido teorías insólitas e inversiones extraordinarias, como afirmar que los seres humanos podrían llegar a vivir 500 años, por un lado, y las inyecciones de dinero de multimillonarios como Peter Thiel y Jeff Bezos, por otro, con la intención de impulsar empresas científicas que estudien el campo de la longevidad. Según recordó Grace Rubinstein, en un artículo para la revista Neo Life, las ”tonterías” en ese sentido han llegado a tal extremo que, por ejemplo, la empresaria Martine Rothblatt aseguró a un conjunto de personalidades de Los Ángeles que “haremos que la muerte sea opcional”.
El Instituto Buck, dijo en la revista de ciencia, que avanzan en terapias reales que pueden permitir vivir más una vida mejor. Eric Verdin, presidente y director ejecutivo de esa entidad científica, no promete milagros inminentes y es mesurado en sus predicciones que se alejan de quienes auguran la eterna juventud. Se trata, dice, de luchar contra las enfermedades que acortan y oscurecen los últimos años de la vida normal de los seres humanos.
“No creo que sea una exageración pensar que podríamos llevar a todos a 95 saludables” años, afirmó. “El campo no habla lo suficiente de esto. Solo estamos hablando de cómo vamos a hacer que los técnicos vivan hasta los 150 años, pero ahí no es donde está la verdadera urgencia”, aseguró.
La llave para alcanzar ese objetivo, considera Verdin, está en el conocimiento de la biología común que subyace a las enfermedades del envejecimiento, que incluyen la gran mayoría de los males. Las enfermedades cardíacas, el cáncer, la diabetes, la artritis, la demencia, la pérdida de la visión y la audición, las enfermedades neurodegenerativas, entre otras, son las que con mayor probabilidad limitarán a las personas al llegar a cierta edad.
Verdin predice que la primera terapia aprobada podría llegar dentro de cinco años, pero no sabe, dijo, cuándo se producirá un cambio de paradigma completo para la salud. “Algunas personas me han llamado conservador o asesino de sueños, pero prometamos poco y cumplamos”, planteó. “Puedo decirles que este campo se entregará en exceso, pero no sé cuándo”.
Para Verdin, la biología del envejecimiento es la biología de la enfermedad, ya que adhiere a una teoría que abonan también otros científicos que indica que esas enfermedades de la vejez, a pesar de que han sido y son muchas veces tratadas de manera separada, se encuentran conectadas por lo cual la clave sería encontrar los hilos comunes para resolver sus misterios. Si pueden desentrañar ese misterio podrán encontrar la forma de vivir con salud durante casi toda la vida y luego sufrir sólo un breve y pronunciado declive antes de la muerte.
De esta forma, la intención de la ciencia de la longevidad, al menos vista desde el punto de vista del Instituto Buck, es maximizar la vida útil de las personas, no la esperanza de vida. Y, por añadidura, podría ayudar a vivir unos años más, pero lo realmente importante, consideran, es vivir bien ese tiempo de más.
“Lo que más me emociona es realmente esta idea de que el campo de la investigación sobre la longevidad tiene el objetivo de cambiar la medicina”, dijo Verdin, quien nació en Bélgica y se recibió de médico, pero ha dedicado su trayectoria profesional a la investigación. “La medicina es ahora mismo un proceso reactivo que solo trata el producto final de un largo proceso, que es el envejecimiento”, opinó. En el Instituto Buck, “nos encantaría ser el impulso hacia una reinvención de la medicina para realmente evitar que las personas se enfermen en primer lugar”, explicó.
En tanto, Matt Kaeberlein, profesor de la Universidad de Washington y director del Instituto de Investigación de Longevidad y Envejecimiento Saludable de esa casa de estudios, tampoco promete un elixir que esté a la vuelta de la esquina: “Vamos a tener éxito en el próximo ensayo clínico en los próximos años”, dijo, y vendrá de la biología del envejecimiento.
En el Instituto Buck trabajan 20 profesores y unos 300 miembros del personal, que estudian aspectos del envejecimiento, desde la genética hasta la inmunología, la senescencia celular y el metabolismo. Desde los inicios los investigadores produjeron varios descubrimientos, el más importante de los cuales es el papel de la senescencia celular. Los expertos detectaron que, en respuesta a ciertos desencadenantes, las células de nuestro cuerpo pasan a un estado senescente, en el que siguen viviendo pero dejan de reproducirse.
Las células senescentes juegan muchos papeles cruciales en nuestra salud, por ejemplo, previenen el cáncer en los jóvenes y promueven la reparación y regeneración de tejidos a medida que maduramos, por ejemplo. Pero a medida que se acumulan en las células viejas, las senescentes también liberan moléculas que hacen casi lo contrario, alimentando la degeneración de los tejidos, la inflamación crónica y las enfermedades relacionadas con la edad, incluido el cáncer. La senescencia es un hallazgo fundamental de la ciencia del envejecimiento y una base probable para las futuras terapias, se explicó en Neo.Life.
El Instituto planea ampliar los fondos dedicados a analizar la abrumadora variedad de señales y procesos bioquímicos involucrados en el envejecimiento, muchos de ellos aún por descubrir, e identificar aquellos a los que pueden apuntar para producir un beneficio. “Si piensa en el envejecimiento como un proceso que es maleable, que puede marcar todas las enfermedades juntas”, dijo Verdin. Lo que todos buscan ahora, agregó, es descubrir qué botones lo controlan.
Todo está interconectado. “En el pasado, la gente llegaba a la conclusión de que habían identificado la palanca del envejecimiento: ‘Oh, son las proteínas. Oh, son las células senescentes’”, expresó el profesor de Buck, Gordon Lithgow, a quien se le atribuye haber acuñado el término “gerociencia” para describir la intersección de la biología del envejecimiento y la biología de la enfermedad.
“Ahora estamos en el punto en el que nos preguntamos: ¿estos procesos están conectados entre sí?”, señaló Lithgow. “Por supuesto que lo están”, enfatizó. El sistema inmunitario influye en el sistema nervioso, que influye en el metabolismo, que influye en la epigenética, y así sucesivamente.
Una de las investigadoras más destacadas sobre este proceso biológico es la profesora Buck Judith Campisi quien consideró que el envejecimiento no debería ocurrir. “La evolución no seleccionó para envejecer”, dijo, “no hubo ninguna enfermedad relacionada con el envejecimiento en nuestra historia. Todo el mundo moría cuando tenía 40 o 45 años u ocasionalmente 50. Así que la evolución puso en marcha una serie de vías para proteger a los organismos jóvenes contra las enfermedades. Y esos caminos ahora persisten mucho más allá de los 50 años. Así que ahora son lo que llamaríamos mala adaptación. Ahora están trabajando en nuestra contra para promover esos fenotipos que reconocemos como envejecimiento”, explicó.
Kevin Lee, asesor científico y programático sénior de la Fundación Glenn para la Investigación Médica en Santa Bárbara, California, y financiador de Buck, puso de relieve que las ventajas de los mecanismos del envejecimiento presentan un rompecabezas cuando se trata de traducir la ciencia en terapias porque algunas células senescentes pueden curar heridas o desarrollar óvulos, mientras otras propician el cáncer. “Existe una especie de problema de Ricitos de Oro con tantas de estas posibles terapias relacionadas con el envejecimiento”, dijo Lee. “El desafío es que muchos de estos procesos están entrelazados y tienen tanto un lado malo como un lado bueno, y tienes que inhibir el lado malo sin inhibir el lado bueno”.
La etapa en la que se encuentran los científicos actualmente es aquella en la que se ha desmontado un motor e identificado una serie de problemas, en este caso moleculares, “pero lo que aún falta es una comprensión integrada, especialmente identificando los nodos clave, los lugares donde tenemos que intervenir para recibir el máximo beneficio”.
Los críticos de estas investigaciones argumentan que se trata de una perspectiva egoísta porque el planeta no puede soportar tanta cantidad de personas que continuarán, eventualmente, viviendo muchos años más. Pero Lee lo rebate así: “¿Alguna vez realmente quieres tener la enfermedad de Alzheimer?. ¿Alguna vez realmente desea ver a sus seres queridos perder su independencia o perder su capacidad de reconocer a sus nietos o su capacidad de interactuar normalmente con la sociedad?” Esas, dice, son las verdaderas vocaciones de esta ciencia.
Aún cuando Campisi es especialmente cautelosa, acerca de las posibilidades clínicas de estas investigaciones afirmó: “No creo que sea la panacea que [Verdin] cree que va a ser” porque “simplemente no entendemos lo suficiente”. “Esta esperanza de que podamos extender la vida útil no está más allá de nuestros sueños. Creo que esto está a nuestro alcance”, consideró.
Las terapias contra el envejecimiento
Entre las nuevas terapias que podrán ponerse en marcha para retrasar el envejecimiento, Matt Kaeberlein, de la Universidad de Washington, quien no forma parte del Instituto Buck, predice que el primero en ofrecerse al público será un senolítico (que elimina selectivamente las células senescentes) o rapamicina, un compuesto inmunosupresor que se administra a las personas que tienen trasplantes de riñón y que inhibe la enzima mTOR, involucrados en el crecimiento y la supervivencia celular.
Por su parte Verdin ve perspectivas interesantes en varias áreas:
Factores de Yamanaka
El ganador del Premio Nobel japonés Shinya Yamanaka, profesor de los Institutos Gladstone y la Universidad de Kyoto, descubrió que estas proteínas pueden transformar una célula madura en un estado embrionario, lo que se conoce como célula madre pluripotente inducida. Verdin explicó que la función celular se vuelve “tambaleante” con la edad, por lo que los factores de Yamanaka abren la posibilidad de un reinicio celular. Otros investigadores descubrieron que puede revertirse una célula a célula madre y restablecerse a un estado juvenil. Pero Verdin aclara que no se sabe aún si esto puede hacerse en un sistema inmunológico o para regenerar un órgano, como por ejemplo el corazón después de un infarto.
Nutrición
Verdin explicó que ya está probado que los alimentos no sólo aportan energía al cuerpo, sino que tienen propiedades de señalización que afectan al epigenoma (el conjunto de señales químicas que dictan cuál de nuestros genes se activa, cuándo y dónde). Verdin estudia cómo la dieta afecta los niveles de metabolitos clave en el cuerpo y cómo estos a su vez influyen en la respuesta inmune, especialmente la inflamación crónica asociada con el envejecimiento.
El medio ambiente
La definición de este aspecto sería: somos los lugares que habitamos. El exposoma es la suma total de todas las cosas ambientales a las que estamos expuestos desde el útero, que van desde la pintura con plomo hasta los ftalatos en los envases de plástico y la contaminación del aire. “El entorno químico increíblemente complejo en el que vivimos interactúa con todas nuestras moléculas. ¿Cómo influye eso en nuestro envejecimiento? se preguntó Verdín.
Aquí entra en juego un aspecto del campo social: la inequidad. Las fuerzas sociales en nuestras vidas pueden influir en nuestra salud incluso más que la genética o la atención médica: factores como la desigualdad de ingresos, la falta de acceso a viviendas seguras y asequibles, la atención médica inadecuada, la inseguridad alimentaria y la educación. Esto explica por qué las personas más pobres tienen menos expectativa de vida.
Verdin está trabajando para que Buck también investigue sobre las condiciones sociales. Planea que el centro examine los biomarcadores del envejecimiento, el exposoma y la biología del estrés, que también tiende a reflejar las disparidades de raza y pobreza, y cómo el estrés acorta la vida. “Esa es probablemente la forma más rápida en que podemos aumentar la esperanza de vida, es mirar todo el campo que la gente llama determinantes sociales de la salud”, dijo. “Todo esto influye profundamente en su salud… La gente dice: ‘Bueno, es asunto de los políticos’, pero creo que hay mucho que estamos dejando sobre la mesa”.
Bajo presión
Verdin admitió que la presión social por hallar respuestas a los problemas de la longevidad los impulsa a trabajar más duro, a concentrarse en lo que es importante. “Presiono a mi equipo para que esté en ese límite donde puede que no sea muy cómodo, pero tenemos que conducir al límite para ir lo más rápido posible para hacer lo mejor que podamos”.
“Creo que todavía tenemos un poco de tiempo y tenemos que hacerlo bien”, concluyó.
FUENTE:INFOBAE