"Nadie sale de acá", su primer libro de cuentosManuel Álvarez: «Los relatos sirven para perdurar»
18 julio, 2022
El joven autor habló con Télam del proceso de trabajo de este reciente libro y adelanta sus proyectos: una novela de ciencia ficción, otra sobre la pérdida y un taller literario; y otra más histórica que «cruza dos catástrofes naturales que sucedieron en el continente».
Los cuentos de «Nadie sale de acá», del escritor y editor Manuel Álvarez, convocan al ritual de la narración, sus personajes acuden al relato como herramienta para atravesar lo absurdo de lo cotidiano -en algunos casos la muerte- y logran arrimarse a otros para dar lugar a un nuevo acontecimiento, el de contar lo vivido.
Editado por el sello Azul Francia, el primer libro de cuentos de Álvarez (Buenos Aires, 1986) se mueve entre la intriga y la imprevisibilidad. Antes el escritor publicó la novela «A ninguna parte», que fue seleccionada para participar en el festival de Semana Negra de Gijón 2020, y durante la pandemia puso en marcha el newsletter «Un día en la vida», en el que cruzaba literatura y cine.
En esta entrevista con Télam, el autor habla del proceso de trabajo de este reciente libro y adelanta sus proyectos: una novela de ciencia ficción relacionada con la criogenización y la vida después de la muerte que se le «fue absolutamente de las manos» y lleva «más de 300 páginas»; otra sobre la pérdida y un taller literario; y otra más histórica que «cruza dos catástrofes naturales que sucedieron en el continente».
-Manuel, habías escrito una novela antes, ¿cómo fue el proceso de trabajo de estos cuentos? ¿Hubo una decisión inicial de cambiar de género?
-Los empecé a escribir a la par de «A ninguna parte». Después, seguí escribiendo dos cuentos por año a medida que escribía otras dos novelas. Por lo general, mientras escribo algo de largo aliento en algún momento necesito frenar y escribir un cuento; el cuento me sirve de contrapeso frente a una novela que es más enroscada en el sentido de que es el espacio por excelencia del personaje, de su psicología. El cuento, en cambio, por una cuestión de economía de medios, es poner a los personajes en alguna acción determinada. Y ambas escrituras entendidas como formas de juego se retroalimentan. Escribir una novela me ayuda a pensar ideas para un cuento que después me apuro a escribir y un cuento me ayuda, por ejemplo, para trabajar después una escena de una novela. Siempre en algún punto los conecto. En Argentina, por nuestra tradición, el cuento es una pelota: si escribís es muy probable que en algún momento hayas escrito un cuento, incluso hasta empieces por el género porque uno cuando empieza lo subestima por suponer que no tiene la originalidad de la poesía ni se necesita la longitud de la novela, pero estas ideas se derrumban cuando te ponés a escribir en serio. Me acuerdo de los primeros cuentos que escribí y agradezco ser el único lector. Lo que pasó con «Nadie sale de acá» fue que por años acumulé cuentos que, me di cuenta, dialogaban entre sí y el libro se impuso solo.
-En varios de los cuentos está el ejercicio del relato (no solo el relato, sino el poner en marcha esa maquinaria) como forma de soportar o atravesar lo absurdo de la muerte, ¿qué te interesaba trabajar en relación a ese ejercicio narrativo?
-Me interesaba trabajar la oralidad, que siempre es mucho más cercana en un relato que en una novela. Esto de una historia que te coopta por cómo te la cuentan, la idea de las historias alrededor de un fuego, eso está implícito en alguno de los cuentos en donde hay un interlocutor determinado que es atrapado por lo que escucha. En «Fueron ellos», el cuento más corto del libro, es literal, alguien que quiere leer con los ojos y termina haciéndolo con los oídos. Me parece que el cuento tiene que hacer que el lector se deje llevar, que sienta que algo va a pasar. Es verdad lo del relato como forma de soportar lo absurdo de la muerte, es lo que intenté mostrar en los cuentos sobre el duelo. Una de las preguntas que me hago es: ¿cómo se logra una continuidad? Los relatos sirven para eso, para perdurar. Pero no se limita solo a la muerte, sino a lo absurdo de la realidad, todo el tiempo estamos contándonos historias (o suscribiendo a historias) para soportar la realidad y el libro busca reflejar eso.
-En el último cuento, el que comparte título con el libro, hay una época que se va imponiendo, el 2001. Y está esa clase social que parece verse sorprendida por los «ruidos de afuera» hasta que los ruidos llegan al portón de su casa. ¿Decidiste situar la historia en ese tiempo histórico o se impuso?
-Quise situarla ahí porque me parece que fechar una historia le da un subtexto. Cualquier argentino sabe lo que pasó el 21 de diciembre del 2001, no hace falta explicarlo. Es el chiste de Borges que en el Corán no hay camellos. Digo, cuando escribís un cuento contás una historia, no explicás porque si lo hacés obturás la historia. Y, sobre todo, si es un acontecimiento político que se narra solo. Piglia decía que «Cicatrices» era la mejor novela sobre el peronismo y Saer casi no nombra al peronismo. En «Glaxo», por poner otro ejemplo, Ronsino hace algo parecido; bueno, ahí el contexto significa las historias. En ese cuento buscaba eso: el estallido de afuera se replica adentro, hasta qué punto lo personal, que nunca deja de ser político, se puede confundir con lo colectivo.
-Los lugares en los que se sitúan los cuentos parecen protagonistas tanto como los personajes, quienes, a su vez, suelen ser locales. Tanto en la ciudad como en el campo, los narradores tienen una perspectiva desde esos lugares. No hay un narrador que los descubre como visitante o extraño, sino que el movimiento es otro: habitamos el lugar, respiramos esa forma de habitar a través de ellos. ¿Te interesaba esa diversidad de lugares?
-Sacando contados personajes, la mayoría, incluso en los cuentos en tercera persona, tiene una perspectiva desde el lugar en el que se narra, la extrañeza no viene desde ese lado, o mejor, viene por conocido, porque si bien son locales, o casi locales, aun así, están perdidos. Lo que busqué fue que los lugares hablaran, que fueran protagonistas, que lo sea un campo, un parque, una casa o un cementerio. Es decir, el espacio en el que se mueven los personajes importa, los configura. La intención era que lo fuera un lugar abierto, por la fuerza de la naturaleza, y también un lugar cerrado, por el peso de lo humano. Me interesaba la diversidad de lugares por lo que aporta narrativamente y también porque quería mostrar que, aunque el espacio cambie, aunque habiten un lugar que conocen, o creen conocer, todos los personajes masculinos están perdidos.
-¿Qué autores o autoras te acompañaron en el proceso de escritura?
-Los cuentistas norteamericanos del siglo pasado, por espacio y temática, principalmente, Carson McCullers y Flannery O´Connor (por ejemplo, «Esto es el campo» no existiría sin «La buena gente del campo»). Pero también Hemingway, Salinger, Cheever, Carver, autores que leo desde chico y a los que siempre vuelvo. No tengo dudas de que cuando se escribe se hace con una red de lecturas a cuestas. Piglia y Saer son dos de mis autores preferidos, son como mis ídolos de San Lorenzo, tipos que defienden como pocos la camiseta que quiero. Sus obras, o el universo de sus obras, me influyen aunque no lo busque. Después está lleno de autores argentinos que admiro y seguramente me influenciaron: Mariana Enriquez, Samantha Schweblin, Federico Falco, Luciano Lamberti, Francisco Bitar, Tomás Downey, Marina Closs, por nombrarte algunos.
-Trabajás también como editor, ¿cómo abordás ese oficio y qué te aportó ejercerlo al momento de escribir?
-Me cuesta mucho editarme, lo hago mal, necesito otra persona que lo haga por mí porque se me escapan miles de errores básicos, de fondo y de forma, que editando el texto de otro no me pasaría. Con «Nadie sale de acá» tuve la suerte de tener una editora como Francisca Mauas que tiene un ojo clínico, sin su lectura el libro sería otro. El editor sirve como sostén pero, sobre todo, aporta otra mirada.
FUENTE:TELAM/POR EMILIA RACCIATTI