MalbaComenzó una nueva edición del Filba con un llamado a enaltecer la creatividad humana
28 septiembre, 2023
Ante un auditorio colmado en el auditorio del Malba, los escritores Gabriela Massuh, Rafael Spregelburd y Mariano Blatt compartieron una performance literaria que dio comienzo a la decimo quinta edición del Festival Internacional de Literatura Filba, que tendrá lugar hasta el domingo.
Con una performance basada en un diálogo literario que resaltó la creatividad artística frente a la máquina y que también abogó por el cuidado del medio ambiente ante la incertidumbre del cambio climático, los autores Gabriela Massuh, Rafael Spregelburd y Mariano Blatt unieron sus voces en el auditorio del Malba y dieron comienzo a la décimo quinta edición del Festival Internacional de Literatura Filba, que tendrá lugar hasta el domingo en siete sedes de la ciudad de Buenos Aires y contará con la participación de invitados internacionales como el estadounidense Jonathan Franzen, el rumano Mircea C?rt?rescu, la italiana Francesca Manfredi y la eslovena Renata Salecl.
Con una programación de talleres, lecturas y clases que defiende a la lectura y a la creación humana como defensa frente a la máquina y el algoritmo, la 15º edición del Filba fue presentada esta noche por el presidente de la Fundación Filba, Pablo Brown y por Amalia Sanz, la directora del festival. Brown comenzó su intervención con un agradecimiento formal a los distintos apoyos y sponsors del festival y aceptó que todos los años atraviesan la incertidumbre de no saber si podrán solventarlo. «No es un llanto -aclaró-. Es un pedido para que redoblemos el trabajo colectivo para seguir haciéndolo posible». Después, insinuó su propia performance cuando le quitó a un libro el retractilado, el film plástico que suele cubrir a los libros nuevos, y se lo puso, como un sombrero, en la cabeza. «Este sombrero de plástico es una demostración en contra del retractilado. Como ciudadano y como parte de una industria tengo que confesar que el retractilado no sirve para nada y tenemos que dejar de hacer todo aquello que perjudique el lugar en el que vivimos», sostuvo en su intervención, alineada con la decisión del Festival de obsequiar un plantín de cedro, romero y algunas plantas nativas como souvenir de la presentación.
Sanz, a su turno, dio cuenta de la elección del tema alrededor del cuál gira la programación de esta edición. «Nos interesó pensar la dimensión humana de la literatura. Todo lo que la máquina no es o no puede. La literatura es tiempo, error, mutación y diálogo. Por eso elegimos el formato de la performance, quisimos poner a trabajar textos, ponerlos en contacto humano», explicó.
El ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro, fue también parte del lanzamiento en representación de la cartera que apoya al Filba través de Mecenazgo. «Es uno de los eventos más destacados de nuestra cultura, que nos permite año a año entablar vínculos y conexiones con relevantes autores de nuestro país y todo el mundo«, dijo en el marco de la apertura. Además, el ministerio impulsó por primera vez «Buenos Aires en 100 palabras», un concurso que homenajea a la ciudad y del que se darán a conocer a los cinco ganadores, seleccionados por un jurado internacional, en una actividad que será musicalizada por Juana Molina y conducida por Maru Drozd.
Con la dirección de Andrea Garrote, la performance -que incluyó la intervención de cada uno de los autores- convocó editores, escritores y funcionarios y generó una suerte de voz colectiva sobre la dimensión humana y sus procesos creativos. Entre la historia de la orquídea orquídea Ophrys, la dinámica de los organismos simbiontes y del nuevo ensamblaje de ciencia y de ficción que Donna Haraway llama ya no science fiction sino simplemente SF, la escritora Gabriela Massuh fue la primera en tomar la palabra y plasmó una intervención con un hilo claro que también le hace honor a su obra: historias para hacer visible un planeta herido. En un texto que tejió con autores y referencias, Massuh tomó la ecología de los arrecifes de coral, considerada epicentro mundial de la biodiversidad marina, para dar cuenta del proyecto creativo de las hermanas Wertheim de California, una artista y la otra matemática. «Decidieron tejer arrecifes de coral no solo en crochet. Para ello convocaron a mujeres de todo el mundo. Ocho mil mujeres de veintisiete países tejieron al crochet con lana, algodón, bolsas de plástico, cintas descartadas, hilos de nylon y vinilo y cualquier elemento que les permitiera hacer bucles y rizos según los códigos del tejido a crochet. No funcionó como imitación sino como proceso exploratorio con final abierto. El experimento, dolorosamente evocador, se convirtió en uno de los proyectos artísticos colaborativos más grandes del mundo», contó Massuh. Después citó el activismo de autoras como Vinciane Despret y Dona Haraway: «Ambas operan para una comunidad de compost. Las dos construyen relatos que tejan nuevas alianzas entre los humanos y el resto de especies vivas en un planeta herido, exánime que cada día pierde poder de resiliencia. Se trata de recrear la vida en el planeta por más que sea una ficción», dijo.
En defensa de esa dinámica para construir con los restos y en una dinámica colectiva, apuntó contra la «banalidad de la negligencia»: «Aquí no hay una racionalidad única, no hay omnipotencia, no hay colonialidad del saber. En ese mundo tampoco existe esa banalidad de la negligencia, tan inherente a la época en que vivimos. Una época que dejó de proteger, amparar, cuidar y sanar todas las formas de vida que no son las nuestras». «¿Banalidad de la negligencia?», le preguntó Spregelburd. Massuh contó que Haraway había leído y reinterpretado a Hannah Arendt: «Hace este juego de palabras para referirse a la falta de empatía con los otros de nuestro tiempo. Pero también con el mundo y con la multiespecie. Este gesto de no cuidar y no amparar al otro».
Para la escritora, el «enhebrar pensando», tan propio de la creación humana, es lo opuesto a la inteligencia artificial: «La IA es manejada por empresas como Google o Microsoft que por cierto no son neutrales sino que están influenciadas por intereses económicos y por las ideologías de quienes la crean. La inteligencia artificial es el gozoso laberinto pre masticado del copy-paste».
La autora cerró su intervención con un llamado a repensar la esencia de la humanidad y la necesidad de proteger la idea misma de comunidad y lo hizo desde una perspectiva, además, política: «Hay personas, algunos de ellos candidatos a presidente, que se arrebatan en un éxtasis orgásmico cuando nos prometen un futuro paradisíaco porque en pocos años tendremos un chip incrustado en el cerebro. ¿Seremos personas más felices cuando podamos ver nuestros estudios médicos proyectados dentro del cerebro? Puede ser, pero la inteligencia artificial no crea comunidad».
Spregelburd dedicó su performance a repensar el valor del trabajo, en especial del trabajo creativo, en el contexto de la era de la Inteligencia Artificial. Y propuso un ejercicio casi teatral para el auditorio:
–Yo voy a decir una palabra y ustedes pensarán la siguiente, sin trampas, sin desvíos. ¿Listos? Yo digo: «Inteligencia….»
-¡Artificial!- respondió el auditorio.
-La palabra que le sigue es «artificial». ¿Desde cuándo esto es así? ¿Cuándo soldamos el concepto de la «inteligencia» a ese adjetivo? ¿Cuándo dejó de ser la inteligencia algo natural?
Spregelburd se ganó una carcajada unánime cuando comparó a las Oreo de frutilla con la Inteligencia Artificial. «Las Oreo de frutilla están ahí para recordarnos lo bien que fue todo con las tradicionales, pero nadie las quiere. Lo mismo pasa con la inteligencia artificial, que sólo parece estar allí para hablar de la inteligencia a secas. Hasta ahora no he podido dar con un solo uso de la inteligencia artificial que valga la pena». Después, con el apoyo de la idea de fractal y en clave matemática, el escritor transitó y exploró la idea de intermitencia: «A veces lo llamo, para entenderme, ´intermitencia´, las cosas son y no son al mismo tiempo. O no son por el momento, pero podrían ser si el cálculo estuviera elevado al cuadrado. Esto es una conferencia, pero no es. Esto es literatura, pero no es. Hablo de matemática, pero no hablo. Estamos en presencia pero también estaremos filmados».
Tras repasar la historia del robot humanoide Digit que se desplomó «de tanto trabajar», Spregelburd concluyó que «la naturaleza del trabajo está toda en jaque». «Ese es el tema. No hace falta trabajar tanto. Ese es también el tema. La distribución de las horas libres y de las que se sacrifican a trabajos inútiles es poco equitativa. Ese es el tema», insistió para, después, apuntar a la esencia del trabajo creativo: «Y sí, mi trabajo, un poco parecido al de Digit, es la creatividad pura y dura, que es como apilar cajas, que tiene un rédito y un precio, ¿cómo me desplomaré cuando me desplome? O aun peor: ¿no empecé ya hace muchos años a escribir para desplomarme, precisamente? ¿No hay en toda la escritura, en todo hallazgo una denuncia? ¿No es el desplome esa denuncia?». Lejos del tango de la queja y la desazón, el autor eligió cerrar su intervención con un llamado a defender cierta insistencia en el gesto que comparte la literatura y todo trabajo creativo: «No me gustaría dejar la impresión católica de que la escritura es puro sacrificio y dolor; más bien me gusta hablar de desplome. De que aquello que estaba erguido apilando cajas queda – merced al proceso de trabajo- desplomado. Es decir, en reposo. Agotado. En pausa. Esperando la próxima inyección de curiosidad para erguirse una vez más, antes de cada nuevo fracaso».
La intervención de Mariano Blatt, a cargo del cierre, fue fiel a su oficio: el registro, claramente poético, atrapó al auditorio con un repaso por todo aquello que la máquina no quiere, no sabe y no puede. «La máquina no lo sabe porque no le importa, porque no me conoce, no nos conocemos, nunca hablamos, no somos amigos ni le conté cosas sobre mí en un encuentro casual en el que tuve que fingir cortesía e interés. Y sin embargo, si la máquina posara una tarde su mano sobre mi hombro, amablemente, tiernamente, y me preguntara cómo estoy, qué estuve leyendo, qué me preocupa, qué necesito, probablemente yo le contestaría a la máquina que estoy bien, que estuve leyendo unos cuentos inéditos de Blas Matamoro que tematizan la vejez, que me preocupan las cuentas de la editorial y que necesito que sea domingo a la mañana para despertarme y leer. Eso le contestaría yo a la máquina. Despertarme y leer», hilvanó Blatt.
En un juego de citas, Blatt propuso una dinámica que parecía imitar aquello que hace la Inteligencia Artificial: tomar, nutrirse y replicar. Un ejercicio que, en definitiva, no deja de ser también literario: «La máquina no sabe que llené este texto de citas para que su proximidad contagie mi prosa, para que mi prosa aprenda, como se dice que aprende la máquina, de quienes consiguieron en algún momento de su vida domar el idioma español de modo de hacerlo decir las claridades, las voluntades, las cosas bellas de absoluto sentido que le hicieron decir. Como la máquina, que aprende de nosotros pero todavía no sabe, así yo, aprendo de los otros pero todavía no sé».
Con un aplauso cerrado y la emoción de los comienzos que prometen más, la performance en el Malba marcó el tono colectivo y comprometido de la décima quinto edición del Filba.
FUENTE:TELAM/Por Ana Clara Pérez Cotten