Nota de opiniónAnte un nuevo aniversario del natalicio de Jorge Calvetti
4 agosto, 2020
Se cumple hoy un nuevo aniversario de Jorge Calvetti, quien de vivir festejaría hoy 94 años de edad.
La mejor manera de recordarlo es transcribir la nota que publicara Antonio Requeni en el suplemento cultural del diario La Nación, en el año 2002.
Bajo el título «El poeta de la Puna», el texto completo de la misma es el siguiente:
Una vez le pidieron a Jorge Calvetti los datos de su biografía. Entonces escribió tres palabras: «Nací en Jujuy»Una vez le pidieron a Jorge Calvetti los datos de su biografía. Entonces escribió tres palabras: «Nací en Jujuy». Nada de fechas, trabajos, obras ni premios. Haber nacido en Jujuy compendiaba para él lo más importante de su vida. Yo, para referirme al poeta fallecido el 4 de noviembre último, escribiré algo más de tres palabras.
Tuve el privilegio de trabajar a su lado, todos los días, durante veinticinco años, en la redacción de La Prensa . Un cuarto de siglo en el que compartimos confidencias, ilusiones y abatimientos, así como la primicia de muchos versos propios y ajenos. Veinticinco años perdonándonos nuestros defectos y viviendo con alegría la plenitud de la amistad. Aquel Jorge Calvetti de piel cetrina, con su cuerpo elástico de domador de caballos y sus gruesos anteojos de intelectual, atesoraba la experiencia de quien había vivido en gozoso contacto con la Naturaleza, con las criaturas elementales de la tierra -sus paisanos- y familiarizado, a la vez, con la gran poesía del mundo.
Más que un compañero de trabajo, Calvetti fue un interlocutor afectuoso, un verdadero maestro de vida y de literatura.De él aprendí que la realidad no siempre es realista, que lo fundamental son las emociones del corazón y lo más importante es vivir como poeta. Después, si uno siente la necesidad de hacerlo, escribir. Aprendí que el poeta debe buscar la verdad y la belleza anteponiendo la responsabilidad y el rigor a las tentaciones de las modas o de ese mínimo éxito que puede llegar a acariciar la vanidad de quienes escriben y publican. Su obra fue, en ese sentido, modelo de autenticidad, una expresión estética alejada de blanduras sentimentales y, a la vez, de crípticas o áridas intelectualizaciones; una poesía transparente y honda que, a mi juicio, no ha sido aún debidamente justipreciada. Calvetti, poeta vigorosamente enraizado en su terruño e intenso sentidor de las venturas y desventuras de la existencia, experimentaba entrañablemente la advertencia de Nietzsche: «Permaneced fieles a la tierra». Nunca escribió para los críticos sino para sus semejantes.
Nacido en San Salvador de Jujuy en 1916 y afincado desde niño en Maimará, vino a estudiar a Buenos Aires cuando su padre, legislador radical, se trasladó con su familia para desempeñarse en el Congreso. Siendo alumno del Colegio San José, conoció a Juan Bautista (Cabito) Bioy, primo de Adolfo Bioy Casares, quien le abrió las puertas de la literatura y los literatos. Conoció a Lugones, a Alfonsina Storni, a Fernández Moreno y participó de tertulias en «La Perla» del Once con Borges, Macedonio Fernández, Enrique Fernández Latour y los hermanos Dabove. Fue discípulo de astrología de Xul Solar y permanente admirador, amigo y albacea de Carlos Mastronardi. Pero su padre, político probo, se empobreció con la política y la familia regresó a Jujuy. Allí trabajó comprando y vendiendo ganado, haciendo arreos de cientos de kilómetros, domando caballos ariscos. Una vez comentó que nadie podía imaginar que aquel paisano de ruda apariencia guardaba muchas veces, entre los aperos del caballo, poemas que publicarían semanas después LA NACION o la revista Sur .
En Jujuy fue uno de los fundadores de la prestigiosa revista literaria Tarja y, cumplida aquella etapa, regresó a Buenos Aires. Aquí publicó sus libros de poemas, cuentos y ensayos: Fundación en el cielo , Memoria terrestre , Alabanza del Norte , Imágenes y conversaciones , La Juana Figueroa , Solo de muerte , Poemas conjeturales , El miedo inmortal y Escrito en la tierra , así como los trabajos dedicados a José Hernández, Juan Carlos Dávalos y Federico Ovejero. Obtuvo premios nacionales y municipales; en 1984 se lo eligió miembro de número de la Academia Argentina de Letras, de la que fue vicepresidente, y en 1993 recibió el Gran Premio de Honor de la SADE.
Recuerdo la tarde en que me leyó una copla que acababa de escribir: «Como un animal voraz/ la muerte me anda siguiendo./ Voy a entregarle mi cuerpo/ y voy a seguir viviendo». Por esa época, casi todos sus poemas aludían a la muerte. Ahora que ha entrado en ese territorio sombrío -o quizás luminoso-, a quienes permanecemos de este lado nos queda el consuelo de que aquel animal voraz únicamente ha podido apoderarse de su cuerpo. El espíritu de Jorge Calvetti sigue vivo en sus poemas. Para mí, también, cada vez que recuerdo algunas frases que él solía repetir: «El poeta es un ser condenado a la felicidad» y «La única muerte es el olvido».