Nota de opiniónAlberto Fernández: el liderazgo de la sensatez
17 agosto, 2020
Pensar Argentina en los tiempos posteriores a la pandemia puede anticipar la movilización de mucha energía cuando empieza a verificarse un destino esperanzador.
La felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación. Una Patria grande y un Pueblo feliz. Fueron las palabras que utilizó quien fuera tres veces Presidente para definir la síntesis de una idea política: el peronismo.
Las usaba invirtiendo los términos, a veces ponía primero la Patria, y otras primero el Pueblo, porque su idea era que uno no podía subordinar al otro. Son caras de la misma moneda. Hacer una Nación grande a costa del sacrificio del Pueblo no es un camino justo. Y a la inversa hacer un Pueblo feliz en una Patria empobrecida tampoco es sustentable. Debe haber una armonía, un equilibrio que permita alcanzar ambas simultáneamente.
Defender la vida de los argentinos, ocuparse de su salud, es lo prioritario bajo el peligro de la pandemia. Ganar tiempo para ralentizar los contagios y así fortalecer un sistema de salud abandonado.
Al mismo momento ocuparse de proteger el “saber hacer” del trabajo durante la cuarentena es lo que completa el axioma. Que todos fueran alcanzados con la ayuda del estado (más de 9 millones de IFE), que todas las empresas grandes y pequeñas tuvieran la ayuda necesaria para mantener las fuentes de trabajo y la capacidad instalada (más de 250 mil accedieron al ATP), profesionales, autónomos, monotributistas, gestores de la cultura y otros segmentos alcanzaron líneas de crédito subsidiadas. Socorrer a los estados provinciales y municipales para mantener sana a la población, y productivas a las regiones liberadas del contagio.
Pero además, mientras cuidar la vida de los argentinos consume grandes energías de la Nación, resolver la condición necesaria para volver a crecer, esto es, ordenar el desastre financiero externo e interno, implicó no sólo un gran esfuerzo, sino además una gran comprensión y capacidad de decidir sobre los principales problemas de nuestro país.
Y en todos los temas usando la razón, la persuasión y el consenso. La pandemia no estaba prevista, pero el improvisar mostró un reflejo ético: cuidar la vida ante todo. Convocar a los sabios, en este caso a los científicos, pero también acordar con todas las fuerzas políticas un objetivo y un método para abordar la amenaza del virus.
En cambio, sí se pudo prevenir el problema de la deuda sobre la economía argentina. Ya durante la campaña Alberto Fernández viajó a Europa a buscar los apoyos necesarios para encaminar la negociación. Se entrevistó con Macron, Merkel y el Papa Francisco. Viajó a México a buscar la ayuda de AMLO. Se entrevistó con el Fondo Monetario y comenzó a conversar con los acreedores privados. Organizó un equipo de economistas que se especializan en el tema de las deudas soberanas.
Y resolvió en siete meses, cinco de ellos bajo la pandemia, el problema principal de la economía argentina. Una quita de 37700 millones de dólares, reduciendo la tasa de interés de 7 a 3 puntos anuales, pero además, consiguiendo alejar los plazos de los vencimientos, haciendo posible que la economía argentina vuelva a crecer. Desde 1980 el promedio de renegociación de deuda es de 13 meses sin pandemia.
Premios Nobel de economía, economistas senior de las más prestigiosas universidades, personalidades políticas, económicas, religiosas y sociales de todo el mundo acompañaron a la Argentina en su derrotero de racionalidad y buena fe para alcanzar una negociación que permita primero crecer y desarrollarse, para luego hacer frente y honrar sus deudas sin sacrificar a nadie.
Del mismo modo, el consenso sobre cómo encarar el ordenamiento de las finanzas tuvo su correlato en las fuerzas políticas, económicas y sociales dentro de la Argentina. Las entidades de los trabajadores organizados, las centrales de empresarios, los intelectuales, los economistas, las diferentes bancadas políticas acompañaron al gobierno para mostrar una voluntad unívoca detrás de un problema de todos.
El tratamiento para los bonos bajo legislación argentina que reciben el mismo trato que los de legislación extranjera, respetando a los ahorristas que confiaron en la legislación nacional. Esta decisión se consolidó con la sanción de una ley votada con el consenso de las diversas bancadas parlamentarias demostrando así la unidad nacional detrás de lo justo y sensato.
Todo el esfuerzo realizado en pos de cuidar la salud de los argentinos alcanza a explicarse por la cantidad de vidas salvadas, por una tasa de letalidad de las más bajas del mundo y por la cantidad de recuperados en las terapias intensivas. Y el último tramo del camino encuentra a Argentina y México como los actores principales de producir la vacuna para toda América Latina en los inicios del año entrante.
En paralelo, comienza la negociación con el FMI para reestructurar los vencimientos de la deuda con organismos multilaterales. Pero ya había comenzado. Comenzó en la campaña diciéndole al fondo que no continuara con un préstamo que sólo servía para fugar capitales. Comenzó con el reconocimiento de que el inmenso préstamo que el FMI le realizó a la Argentina no tenía como destino su desarrollo, sino apenas subalternos objetivos electorales. Empezó cuando Cristalina Georgieva reconoció que la oferta argentina a los acreedores privados estaba basada en hacer sustentable el crecimiento de nuestra economía. Y de la misma manera el FMI, reconociendo sus errores pasados y con nuevas miradas sobre el futuro de las economías, deberá aceptar los argumentos de lo racional y lo sensato.
Alberto Fernández no es un líder carismático, ni pretende, ni quiere serlo. Alberto representa el tipo de liderazgo que la nueva realidad necesita. Liderazgo de austeridad en las formas y los gestos. Liderazgo de diálogo y razones. Liderazgo de humildad y sentido común para establecer prioridades. Liderazgo institucional. Primus inter pares entre 24 gobernadores. Liderazgo de la paciencia, de la argumentación y la racionalidad. Liderazgo que necesita del concurso organizado de la sociedad. De toda la comunidad. De la CGT, los movimientos populares, los empresarios, las universidades, los medios de comunicación, las religiones, la cultura y todas las fuerzas políticas.
Liderazgo que necesita de la unidad nacional. Un presidente que necesita unir a Borges y Marechal, la Ciencia y la Fe, la justicia social y la libertad. Necesita de los hombres y las mujeres en un plano de igualdad. Niños protegidos y ancianos respetados. Los trabajadores y las universidades. Los empresarios del campo, la industria, la minería, la pesca, la tecnología, la ciencia y lo forestal para poner de pie una Argentina que debe ser creadora de trabajo y de divisas. Creadora de igualdad de oportunidades, capaz de construir trabajo con dignidad y valor agregado a sus exportaciones.
Una Argentina capaz de poner toda su energía en un plan de redistribución sustentable de su población en toda la inmensidad de su territorio. Haciendo posible integrar millones de argentinos y argentinas a producir en la tierra, en la montaña, en el mar y los ríos, en la pampa y en los bosques, con la organización necesaria para tomar de la naturaleza todas las bendiciones que nos ofrece, sin necesidad de destruir su armonía, belleza y equilibrio.
Alberto condujo con responsabilidad la protección de la salud, la renegociación de la deuda, la protección del trabajador y las empresas; dialoga con Europa, Estados Unidos, China, Rusia, y con América Latina. Con gobiernos y organismos multilaterales. Dialoga con todas las fuerzas políticas, económicas y sociales de Argentina.
Un Presidente que valora la ayuda y los consejos del Papa Francisco.
Parece un liderazgo adecuado para alcanzar la unidad de los argentinos, avanzar junto a México para unir a América Latina y para integrar a la República Argentina al mundo multipolar de la post pandemia.
Así es un liderazgo de la razón, de la esperanza y la fe. Un liderazgo institucional, el liderazgo de la sensatez.
JAVIER MOURIÑO
IFAP (Instituto de Formación y Actualización Política)