Con días y ollas venceremos…
6 agosto, 2020Lloviznaba finamente en la ciudad de los virreyes(), en una tibia noche de 1820, cuando en una de las calles que desembocan en las orillas del Rimac(*) se destacó un jinete que al paso de su cabalgadura cruzó el puente de piedra y se orientó a la plaza de armas. A la altura del Portal de Escribanos, el Caballero detuvo bruscamente su caballo y permaneció unos instantes como irresoluto. Sin embargo, muchos ojos acechaban al jinete. Y cuando éste se disponía a proseguir su camino, se vio rodeado de amenazadoras sombras.
-¡Alto! Entréguese inmediatamente…
El caballero sonrió, y sin oponer resistencia, repuso:
-Veo que la traición puede más que el patriotismo en esta ciudad…a sus órdenes, señores.
La patrulla lo rodeó inmediatamente. Y el pelotón se dirigió apresuradamente hacia el palacio del virrey.
La escena había sido seguida sin perder detalle por unos hermosos ojos pardos desde uno de los balcones de una casa contigua. La pulida mano que sujetaba los visillos descendió lentamente y un gesto de contrariedad se reflejó en las bellas facciones de Rosa Campuzano(*), la favorita del virrey.
-Así nunca se logrará la libertad- murmuró.
Golpeó luego las manos y llamó.
-Luz, Micaela. Esto está muy oscuro. Enciende los candiles y llama a Esteban. Necesito hablarle.
El mulato que se presento a su presencia a los pocos minutos era fornido y de severos rasgos.
Rosa Campuzano lo contemplo brevemente, y por fin le dijo.
– Han prendido a otro.
– Si esto sigue así, el General San Martin no entrará nunca en Lima. Es necesario, Esteban, que le hagas llegar una advertencia. Aún a riesgo de que nos descubran, tenemos que comunicarle que todos sus mensajes son interceptados aquí y que sus amigos no saben nada de sus planes… ¿Puedes hacer algo?
-Cumpliré la orden mi ama. Yo quiero la libertad de mi patria.
Y sin agregar una sola palabra más se retiro del aposento.
Rosa Campuzano “La Protectora” sonrió triunfalmente. Ella sabía que Esteban cumpliría su cometido, aunque en ello fuera la vida.
Y lo cumplió nomás, veinticuatro horas después, en su cuartel general, el Libertador estaba debidamente informado de lo que acaecía. Y una profunda arruga de meditación le cruzaba la frente.
El tiempo urgía y era preciso tener al corriente de los negocios a sus amigos que rodeaban al virrey, para que éstos, a su vez, le comunicaran lo que pasaba en las regiones oficiales.
Como no quería que nadie penetrara su secreto antes que el éxito lo afirmara, un día que con sus ayudantes iba de Huaura(**) a Supe, vio venir a un indio alfarero cargado con sus cacharros, y adelantándose hasta encontrarse con él detuvo su caballo, le dijo quien era y le ordenó que al día siguiente se presentara en el cuartel General.
No faltó el indio, y habiéndole preguntado el General San Martin si le sería fácil fabricar unas ollas de barro allí en su presencia, la respuesta del viejo alfarero fue afirmativa. Volvió al día siguiente, amasó su barro y sin más testigos que nuestro Padre de la Patria, se puso a modelar sus ollas.
Estando ya formada, San Martín le preguntó de qué forma podía meterse un papelito en el fondo de ella, que al ponerse ésta al fuego no se quemase ni destruyera.
El indio alfarero le dijo lo que era necesario hacer, y ensayó su procedimiento con el mejor suceso, pues rota la olla, el papelito resultó intacto. Contento el General San Martin por tan no sospechado sistema de sobres para girar su correspondencia revolucionaria, se acercó cariñoso al indio y, poniéndole una mano sobre el hombro, le habló así:
-Mi viejo “curaca”, si tú me pones una docena de ollas como éstas en poder del canónigo Luna Pizarro, que está dentro de la ciudad, tú y todos tus hermanos serán libres para siempre.
Te lo juro por ese sol de tus padres.
El viejo miró el sol, miró a San Martin, enseguida bajó los ojos hacia la olla; se arrodilló ante el Libertador de su patria y dijo:
Sí, prometo.
Sellado así aquel pacto que ahorraba la sangre de una batalla para tomar a Lima, el indio se puso a su tarea. Y San Martin introdujo cuidadosamente doce cartas en doce ollas que numeró y señaló con un signo, cuya explicación corría en la esquela al canónigo.
Instruyó bien al indio, y en las primeras horas de la mañana siguiente lo ponía en el camino de la capital.
Las guerrillas patriotas lo dejaron pasar, las avanzadas de De la Serna, que no vieron en el indio otra cosa que lo que representaba, ni siquiera se dieron al trabajo de detenerlo e interrogarlo, así pasó fácilmente, llegando sin tropiezos a su destino.
El canónigo se hacía cruces cuando al ofrecerle en venta una ollita el indio, cayó ésta al suelo, y entre los despojos apareció una carta con su nombre, escrito con letra para él ya muy conocida. Miró al indio y lo encontró con el dedo índice atravesado sobre los labios, como diciéndole “silencio”. Enseguida le pidió que le comprase todas la ollitas.
– Bien, tatita ¿Cuánto quiere por todas?
– Dame, Señor, un cortado de cuatro reales.
– ¿Nada más?
– Nada más, eso es lo que valen.
Pagó el canónigo la moneda que el indio le pedía, regresando a Supe donde San Martin lo esperaba ansioso.
Un cuarto cortado era la contraseña, y el Gral San Martin vio que el indio, <que de paso acotaremos que se llamaba Diaz>, había cumplido, y que toda su correspondencia quedaba entregada a sus amigos, porque el canónigo era el eje sobre el que giraba la parte principal de sus maquinaciones en Lima.
Cuadrando la casualidad del regreso del indio victorioso en el momento de darse el “santo” para esa noche, y satisfecho del resultado de su invención, se le ocurrió consignar el suceso de la manera que lo hizo, escribiendo como una profecía en el libro del Estado Mayor:
“Con días y ollas venceremos”
Del libro Reflejos del Pasado de Josué R. Igarzabal
El 28 de julio del año 1821 el General San Martín, El Libertador de Argentina, declaró la independencia de Perú. Sus palabras famosas todavía suenan por las calles de este país llena con tradición y patriotismo:
“Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!”
Ciudad de los Virreyes: Denominación a Lima
Rimac: Departamento de Lima
Rosa Campuzano: Activista afiliada a la causa libertadora durante la lucha por la independencia del Perú.
Huaura: Departamento de Lima
Supe: Departamento de Lima
Imagen Ilustrativa extraída de internet.
Buenísimo el relato. Floja la producción de la foto. Todo bien, incluso el «burro!, pero los godos no se armaban con un rifle de aire comprimido Mahely, muchachos.