Una historia para no olvidarAna Beker, «la Amazona de las Américas»

Una historia para no olvidar

Ana Beker, «la Amazona de las Américas»

7 julio, 2020 Desactivado Por Juan Alberto Lalanne

 

 

“En una mañana espléndida, plena de vivacidad, encontré que mis caballos comenzaban a relinchar triunfalmente al verme, e internándome en el país, rumbo al norte, partí hacia el descubrimiento de una América desconocida, de un continente mágico, y de las sorpresas que el destino quisiera ofrecerle a una joven del campo, decidida a todo menos a echarse atrás».

Nació el 16 de noviembre de 1916 en Lobería (provincia de Buenos Aires), siendo sus padres campesinos emigrados de Letonia; con posterioridad la familia se trasladó a la localidad de Algarrobo, Partido de Villarino, donde poseían una pequeña hacienda. De niña se escapaba por las noches para dormir en los establos y asegurarse de que no le faltara nada a los caballos. Fue creciendo y se convirtió en una amazona increíble.

Enamorada de los caballos y el recorrer distancias, en 1940, a sus 24 años de edad, realizó su primera “travesura” efectuando una marcha de 1.400 kilómetros, desde La Pampa hasta Luján, montando un doradillo llamado “Clavel”, la que concretó en diecinueve días. Luego, en dos caballos criollos que le hiciera facilitar el Presidente Roberto M. Ortiz (“Zorzal”, un overo azulejo, y “Ranchero”, un doradillo), recorrió durante diez meses, la geografía del mapa patrio, denominado entonces de “las catorce provincias”, acabando el mismo en 1942.

“En cierta ocasión –dice Ana Beker- fui a escuchar una conferencia del suizo Aimé Félix Tschiffely, antiguo maestro de Quilmes, quien, como se sabe, realizó la hazaña de llegar desde Buenos Aires a Nueva York con los dos caballos, Mancha y Gato, animales que se hicieron famosos después de cumplir aquella marcha. Tschiffely hizo un relato ilustrado con proyecciones de su viaje a través de veintiún mil kilómetros por los pantanos, ríos, montañas, fangales, selvas y desiertos del nuevo continente. Al terminar su exposición, me acerqué a Tschiffely, y le dije que proyectaba viajar con un caballo de silla y un carguero hasta la capital del Canadá. El me miró un momento estupefacto, y después con la sonrisa bondadosa que le era característica, expresó que si yo conseguía hacer eso, hazaña muy difícil, superaría la suya; lo que sería tanto más significativo por tratarse de una mujer. Me explicó que su raid le valió la invitación de la Sociedad Geográfica de Estados Unidos, para un relato en sesión solemne, como sólo se había hecho con el explorador Amundsen y el almirante Byrd”. Tschiffely le aconsejó que no hiciese su travesía por Bolivia, dada la cantidad de ciénagas y desiertos de su geografía, a lo que Ana respondió: “Si usted pudo pasar, yo también podré”.

¡Diez años llevaron a Ana Beker los preparativos para poder emprender su viaje a caballo a través de América! Toda un década de vencer obstáculos, incomprensiones, oposiciones.

No escatimó esfuerzos en salir a pedir apoyo económico para un viaje que le costó algo más de 50 mil pesos. Fue así que llegó hasta la propia Eva Perón a quien la impuso de su proyecto. Según sus palabras, la travesía se pudo realizar merced a que muchos gobiernos de los países por los que pasó, la ayudaron brindándole alojamiento y facilitándole la gestión.

La travesía de Ana Beker comenzó el 1º de octubre de 1950 en Buenos Aires, con el alazán malacara “Príncipe”, que le fue regalado por el polista Manuel Estrada y el alazán “Churrito”, de un criador de La Pampa, Pedro Mack, ambos caballos de siete años de edad. Tras su partida desde el mojón cero de la Plaza del Congreso, fue acompañada por una infinidad de jinetes hasta su salida de la ciudad. Y poco después se produjo un accidente que dio en el suelo con ella, por lo que fue internada en el hospital de San Fernando. Pero Ana Beker se recuperó relativamente en poco tiempo, con ánimo y con entusiasmo renovado prosiguió la marcha hacia su destino.

Entre las peripecias pasadas, Ana Beker cuenta el pedido de matrimonio de un cacique, como atraviesa sin dificultad la guerra civil en Colombia, su encuentro con un buscador de tesoros en el lago Titicaca y su escape de los cazadores de vicuñas. Vadeó tumultuosos ríos, se jugó la vida en ciénagas, despeñaderos y precipicios. Durmió al raso, en grutas y en chozas de las que huían las ratas. Vio a curanderos realizar prodigios inexplicables. Sufrió insolaciones, hambre y penurias. Las garrapatas infestaron sus caballos y realizó con ellos jornadas de hasta 77 kilómetros, lo máximo que les podía exigir. Vivió terremotos y sintió la mirada glaciar de los jaguares.

En Bolivia estuvo dos meses perdida, sin poder salir de sus montañas. Entre Costa Rica y Guatemala, la asaltaron unos bandidos. En México volvieron a asaltarla, pero ningún percance fue capaz de detener a esta valiente mujer durante los años que duró su extraordinaria aventura.

Atacados por los Cóndores

De forma trágica, y con algunos días de diferencia, Príncipe y Churrito, los dos caballos Criollos de Ana Beker murieron en los alrededores de La Paz, Bolivia. La sorprendente anécdota que reproducimos aquí se desarrolla en Perú. Luchador, un caballo gris de doce o trece años, de buena apariencia y una yegua zaina de catorce años son los nuevos compañeros para continuar el viaje.

«Sucedió durante una de mis solitarias paradas, cuando contemplaba emocionada el grandioso espectáculo que me brindaban las cumbres y los precipicios de la Cordillera. Los cóndores sobrevolaban mi cabeza, con una majestuosidad que parecían los reyes de los Andes.

Estaba sentada con los pies al borde de un camino muy angosto, en forma de caracol, y los caballos estaban parados unos metros más lejos, muy atentos. En semejante terreno, es difícil olvidarse el peligro de caer en el precipicio. Luchador se encontraba un poco más alejado, buscando hierba entre las piedras. De pronto, vi un gran cóndor volar en picada hasta mi caballo. Luego, otro, y luego tres, cuatro cóndores describían en el aire círculos majestuosos alrededor de Luchador, quien se inquietó cuando el ave le dio un terrible golpe con su ala; después lo ataca otro, lo cual me espantó tanto como a mi caballo. Entonces, los cóndores comenzaron a golpear a diestra y siniestra con sus enormes alas a mi pobre montura. Comprendí inmediatamente su intención: trataban de desequilibrar a Luchador para que perdiera pie y se desbarrancara.

Me abalancé sobre Luchador en el momento apropiado para ajustar su protector de cabeza e impedir que cayera al precipicio. Los cóndores retomaron altura, luego, sin preocuparse por mi presencia, volvieron a la carga. Se los veía furiosos por no poder cumplir con su objetivo. Aquello fue un verdadero combate; el caballo estaba aterrorizado y yo gritaba girando los brazos para espantarlos. Se alejaron un poco y entonces aproveché para atar el cabestro a una piedra grande. Volví cerca de mi equipaje, y con mi revólver disparé tres o cuatro tiros. Las detonaciones mantuvieron a las aves de rapiña a una buena distancia, lo cual me permitió llevar a los caballos hasta un lugar más espacioso y más seguro. Este suceso fue el que más me asustó durante mi viaje. Las aves tardaron bastante en desaparecer, lo hicieron cuando se convencieron de haber perdido su presa.

Yo desconocía esta actitud de los cóndores, pero luego supe que procedían de esa manera con los burros, las mulas o los caballos abandonados a causa su edad por los Indios. Si los encontraban en esos parajes escarpados y abruptos, los hacían caer como ya les he explicado. Una vez caídos y muertos, se precipitaban todos para atracarse con sus despojos hasta no dejar más que los huesos. Yo misma vi cómo, cerca de Abancay, una mula vieja y desgarbada que probablemente se habría alejado de la manada era atacada por los cóndores. La golpeaban con sus alas hasta hacerla caer al suelo. Me asomé por la falla en la que había caído y vi a los cóndores desmembrarla y destrozarla con furia a picotazos. Sin saber de dónde venían, aparecieron de pronto decenas de aves de rapiña que sobrevolaban el lugar de la encarna. Cuando los cóndores se alejaron, se acercaron los buitres…»

En Zumbahua, Ecuador, un tramo particularmente difícil, un cacique del lugar dispuso que fuera acompañada por uno de los indios pues el trayecto a recorrer era a campo traviesa. No obstante, sufrió un intento de violación por cinco hombres sin consecuencias debido a que logró huir a tiempo. Y a que se defendió; pero sin usar su revólver, y finalmente a que permaneció escondida en un matorral una noche muy fría. Alguien corrió a avisar al jefe indio, y éste revólver en mano, y por la fuerza de los puños hizo cierta justicia.

Finalizó su travesía el 6 de julio de 1954 cuando Ana Beker desmontó frente a la embajada argentina en Otawa en compañía de los caballos “Chiquito” y “Furia”, reemplazantes de los caballos iniciales. Sus primeras monturas murieron: “Príncipe” a consecuencia de un cólico, al ser mal alimentado en un descanso, y “Churrito”, atropellado por un camionero que se dio a la fuga. Para reemplazar al primero le llegó el tordillo blanco “Luchador” y para sustituir al otro le entregaron una yegua a la que llamó “Pobre India”. Ya en Lima, en mayo de 1951, le obsequiaron un caballo del ejército al que nombró Chiquito, donando a Luchador a un Club Hípico y luego obtuvo a Furia. En la frontera peruano-ecuatoriana entregó a Pobre India. Fueron Chiquito y Furia, dos ejemplares peruanos, sus compañeros durante el resto de la travesía. En este largo recorrido de 25.000 kilómetros, Ana Beker atravesó Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México y de Texas (Estados Unidos) volvió a partir rumbo a Nueva Orleáns, Washington, Nueva York y Montreal (Canadá) hasta llegar a Otawa, luego de emplear 3 años, 9 meses y 5 días para cubrir la distancia.

En los distintos pueblos canadienses la gente y los niños formaban en doble fila para vitorearla y para contemplar su paso. Era un acontecimiento cívico popular. El día domingo, como no trabajaban, fue una multitud la que asistió a este desfile, repetido en todos los pueblos que atravesaba. La gente de las distintas ciudades o de los pueblos se daba cita espontáneamente para verla marchar por las calles de sus ciudades en su camino al norte. Hubo una transmisión por Radio Canadá desde el interior de la sede diplomática Argentina. Y los dos caballos recibieron una ración generosa de avena en cantidad superlativa, pues eran también dos héroes.

Fue el 6 de julio de 1954 a las cuatro de la tarde, frente al edificio de la Embajada Argentina. Hubo una transmisión por Radio Canadá desde el interior de la sede diplomática Argentina.

En su libro expresa: “En todos los países se me trató muy bien y fueron muchas las personas, políticos y periodistas que supieron recibirme y ayudarme. Los niños de las escuelas en innumerables localidades me esperaban y al pasar me tiraban flores, recibimiento tan sencillo como elocuente. En Méjico me esperaron muchas bandas de música con sus alegres canciones. En Nueva Orleáns me entregaron la llave de la ciudad y me nombraron ciudadana honoraria, acompañándome en casi todas las rutas de los Estados Unidos, policías montados para resguardarme del tránsito“.

En la ciudad de Washington fue recibida por la señora del presidente Eisenhower, y visitó la Casa Blanca en su compañía. En Nueva York pasó por el Central Park y delante del Empire State.

Sus increíbles andanzas, con multitud de complicadas experiencias de vida, de cultura y hasta de política, quedaron reflejadas en el libro “Amazona de las Américas”, editado en 1957.

La amazona de las Américas, un libro culto

La Amazona de las Américas inspiró a toda una generación de expedicionarios a caballo. Cuando se sabe que se trata del periplo de una mujer que, en 1950 montó un caballo en Buenos Aires y llegó cuatro años más tarde a Ottawa, se dice que no hay nada sorprendente en ello. Nada, no, salvo el hecho que nadie entre ellos nunca lo había leído, por una buena razón: fue editado en Argentina en el año 1957 con menos de 3000 ejemplares, nunca traducido, irremediablemente agotado, este libro no dejó de existir.

El 27 de noviembre de 1954 retornó al país a bordo del vapor Río Tercero, barco de la Flota Mercante Argentina. Con el correr de los años su salud fue empeorando y tuvo que ser internada en el Hospital Español de Lomas de Zamora, donde permaneció un tiempo, hasta que su familia, residente en Bahía Blanca, decidió trasladarla a dicha ciudad donde falleció en un geriátrico el 14 de noviembre de 1985. Sus restos fueron trasladados a Algarrobo y descansan en el cementerio de esa localidad.

En Algarrobo, localidad que la vio crecer y desarrollarse, se la recuerda con singular afecto y se ha denominando con su nombre a la plaza pública, descubriéndose en ella una placa en su memoria el 13 de diciembre de 1994.

La Payadoras Argentinas, Marta Suint y Liliana Salvat lograrían de su inspiración las siguientes décimas donde exaltan, no sólo el coraje y el valor sino el orgullo de su par Argentina:

 

La emponchó la luna clara

la Cruz del Sur fue su guía

y el viento se detenía

para besarle la cara.

Hoy, Dios quiso que asomara

de ANA BEKER su victoria

para que esté en la memoria

su nombre…¡entre tantos nombres!

porque no sólo los hombres

son los que escriben la historia.

 

Tenía ojos claros. Su pelo

rubio, flotando en su espalda,

semejaba una guirnalda

que el aire alzaba en su vuelo.

Desde la comba del cielo

el sol filtraba sus rayos

y entre los médanos bayos

Ana un sueño concebía

» que a América la uniría

al tranquear de sus caballos.»

 

Mirando la tierra ancha

partió con toda la fe

por la senda que abrió Aimé

Tschiffely, , con Gato y Mancha.

Se aprontó pidiendo cancha

sin medir la gravedad

del peligro, que en verdad,

en el viaje la esperaba

porque el coraje templaba

sus ansias de inmensidad.

 

En el kilómetro cero

Juan Perón la despidió

cuando el raid comenzó

en octubre, el día primero.

De botas, poncho, sombrero

¡bien vestida a nuestra usanza!

fue un punto en la lontananza

en aquel atardecer

su silueta de mujer

modelada con templanza.

 

Encarnada en el paisaje

se agrandaba su guapeza

porque en la naturaleza

nutría su aprendizaje.

La etapa inicial del viaje

con dos fletes la empezó

pues su sueños  apostó

a «Príncipe» y a «Churrito»

pero con «Furia» y «Chiquito»

la travesía terminó.

 

América contará

que una mujer, sin desmayos,

unió junto a sus caballos

ARGENTINA y CANADÁ.

El olvido no podrá

en sus garras atraparla.

Si quisieron ocultarla

hoy a la luz la traemos

¡COMO ARGENTINOS TENEMOS

EL DEBER DE RECORDARLA!


Fuentes de consulta:

  1. -Beker, Ana – Amazona de las Américas – Ed. La Isla, Buenos Aires (1957)
  2. Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  3. -Ferrari, Santiago – Ana Beker, amazona continental – Revista El Caballo, Noviembre de 1954.
  4. Giannetti, Néstor Julio – A medio siglo de la hazaña de Ana Beker – Médanos (2004)
  5. Marchena, Domingo – La amazona argentina que descabalgó a los machistas – La Vanguardia, Barcelona (2019)
  6. Portal www.revisionistas.com.ar
  7. Risso, Carlos Raúl – Ana Beker, la amazona de las Américas – La Plata (2010).
  8. Vives, Rosario – A caballo, una mujer argentina unió Buenos Aires con Otawa – Mundo Argentino, Julio de 1954.

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