EntrevistaCrusat: «En la cultura moral del emprendimiento, ser un asalariado es poco menos que deshonroso»

Entrevista

Crusat: «En la cultura moral del emprendimiento, ser un asalariado es poco menos que deshonroso»

28 junio, 2021 Desactivado Por Germán Costanzo Castiglione

En la novela «Europa Automatiek», el escritor y ensayista reconstruye la errancia de un grupo de jóvenes que confluyen en Amsterdam atraídos por su mito de ciudad libertaria y multicultural, aunque pronto descubrirán los altibajos del desarraigo y cómo acecha a las nuevas generaciones el aplastamiento de las expectativas de futuro.

Con derivas narrativas donde se fermenta el lamento por la pérdida de intimidad o la crítica a la romantización del emprendedor que se abre paso en una cultura que desprecia al asalariado, el escritor español Cristian Crusat aborda en su novela «Europa Automatiek» la errancia de un grupo de jóvenes que confluyen en Amsterdam atraídos por su mito de ciudad libertaria y multicultural, aunque pronto descubrirán los altibajos del desarraigo y cómo acecha a las nuevas generaciones el aplastamiento de las expectativas de futuro.

El protagonista y narrador de esta historia ha cambiado de domicilio varias veces con una lógica inalterable: no se apropia de los espacios, nunca intenta construir una pertenencia. Cada nuevo emplazamiento no significa la opción de un hogar sino, cómo él mismo confiesa, apenas «una nueva dirección postal». Una condición que de alguna manera está emparentada con su profesión de traductor y lo convierte en un ser nómade que puede pendular entre territorios o lenguas prescindiendo del impulso de apropiarse de ellas para definir su identidad.

Al comienzo de la novela, el personaje hace algunos meses que está instalado en Amsterdan, a la que llegó para trabajar como docente en una escuela secundaria. Allí se encuentra con otros jóvenes que como él funcionan como emergentes de un tipo social que comienza a desplazarse por las grandes ciudades europeas: hombres y mujeres sobrecalificados que no emigran por motivos políticos o de supervivencia económica sino para recrear una noción de futuro más ambiciosa que la que encuentran en sus países de origen.

"Europa Automatiek", la novela editada por Sigilo.

«Europa Automatiek», la novela editada por Sigilo.

El «automatiek» que forma parte del título alude a las máquinas expendedoras de comida rápida que se multiplican en la capital holandesa, metáfora del dispositivo que Crusak, ensayista y narrador que está considerado una de las voces más luminosas de la nueva narrativa española, asocia a la trama social y económica montada en torno a la ética protestante que a principios del siglo XX el pensador alemán Max Weber identificó como el germen del capitalismo moderno.

En la relectura del autor alemán agazapada en la ficción de para describir «Europa Automatiek», el escritor nacido hace 37 años en Málaga reactualiza los efectos que ha provocado la doctrina impulsada por Calvino para describir losnuevos escenarios de un capitalismo de mercado que en su variante contemporánea entroniza al trabajador autogestivo que escoge su modelo de pertenencia y disciplinamiento al sistema. «Hoy en día -cuando cada trabajador parece condenado a convertirse en su propio capitalista- el emprendimiento y la vocación se han convertido en elementos que determinan la condena o la salvación», señala en entrevista con Télam el autor de libros como «Breve teoría del viaje y el desierto» o «Sujeto elíptico».

«Hoy en día -cuando cada trabajador parece condenado a convertirse en su propio capitalista- el emprendimiento y la vocación se han convertido en elementos que determinan la condena o la salvación»

CRISTIAN CRUSAT

Si para el imaginario general Amsterdam se cristaliza como una ciudad que envuelve con su propuesta libertaria y desenfadada, con su tolerancia hacia las disidencias sexuales y su celebración de la multiculturalidad, en la novela funciona como el corazón fundante del corporativismo. Y no sólo eso: los enormes ventanales sin cortinas de las típicas residencias holandesas que franquean desde la vida doméstica hasta la oferta sexual irrestricta que tiene lugar en el célebre Barrio Rojo, simbolizan la disolución de la intimidad a escala global, tal como vaticina el protagonista cuando dice: «la historia de la vida privada del ser humano está llegando a su fin».

-Télam: ¿Cómo describirías ese paisaje ideológico, social y generacional sobre el que se monta «Europa Automatiek» y que te involucra porque tiene retazos autobiográficos?
– Cristian Crusak: 
Cuando empecé a escribir la novela había vivido ya en otros tres países aparte de España, de modo que hacía tiempo que el espacio había comenzado a ocupar un lugar cada vez más sobresaliente en mis textos. En un momento, después de tantas mudanzas, comprendí hasta qué punto un lugar nos determina. Parafraseando a Heráclito acerca de que «carácter es destino», podría decirse que un cambio de residencia, una mudanza o un nuevo entorno también son destino. Y suscribo una frase del escritor argentino Sergio Chejfec según la cual, a veces, la misión de las novelas es revelar un espacio más que contar una historia. En este caso, enmarcar la novela en Ámsterdam confiere a la historia una densidad ideológica específica, ya que examina las repercusiones en Europa de la crisis económica y el colapso financiero de 2008, especialmente las consolidadas metamorfosis ideológicas que se derivaron de ella: el socavamiento voluntario de la vida privada, las tiranteces norte-sur de Europa, el Brexit, las hipertrofias de la vida profesional o la cultura moral del emprendimiento, tan próxima a la del pensamiento positivo.

– T.: ¿Por qué la capital de Países Bajos aparece como el escenario donde situar esas tensiones?
-C.C.: 
Localizar estas consecuencias en Ámsterdam significaba abordarlas, no sólo desde el corazón europeo, sino desde el mismo meollo de las tensiones de la modernidad: esa vida privada que ha menguado tanto en los últimos años nació, significativamente, en las viviendas de los Países Bajos, aquellas cuyos interiores pintaron Vermeer o Metsu. Y no olvidemos que la segunda bolsa de valores, tras la de Amberes, fue construida en Ámsterdam, desde donde se concibió una nueva y audaz estructura comercial federal: la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, fundada en 1602. Suele considerarse la primera gran sociedad anónima del mundo. La observación de las transformaciones socioeconómicas de nuestro mundo debe tener siempre un ojo puesto en los Países Bajos y en la ruptura del mundo protestante con el católico. Además de todo esto, el tejido urbano de Ámsterdam, alzado sobre arena y agua, se le presenta al protagonista como un símbolo de todo lo efímero y eventual, al igual que cuanto conforma su propia existencia durante la crisis europea.

Crusat, autor de libros como "Breve teoría del viaje y el desierto" o "Sujeto elíptico".

Crusat, autor de libros como «Breve teoría del viaje y el desierto» o «Sujeto elíptico».

– T.:¿El texto avanza también sobre ese territorio semántico que traza diferencias en torno a conceptos en apariencia contiguos como los de permanecer y pertenecer o residir y habitar?
– C.C.: 
A su manera, la novela traza una especie de poética del espacio, en concreto una poética de los espacios actuales de la intimidad (o de lo que queda de ella). Por eso, nuevamente, las tensiones contemporáneas arraigan tan adecuadamente en una ciudad como Ámsterdam: pensemos en las ventanas sin cortinas que en esa ciudad nos brindan el espectáculo de la intimidad de quien mora entre esas cuatro paredes. Hace mucho tiempo, la cultura holandesa asumió el axioma de que ver significa saber. Y los holandeses intentaron ampliar desesperadamente el limitado marco del mundo visible en sus pinturas. Vermeer pintaba a unas pocas calles de la casa de Anton van Leeuwenhoek, un biólogo amateur y constructor de microscopios capaz de observar que los pequeñísimos seres vivos no se generaban espontáneamente, sino que surgían de huevos diminutos en la arena o el barro. O pensemos en Spinoza, consagrado a pulir lentes tras su expulsión de la comunidad judía de Ámsterdam…
Hoy en día, en Amsterdam, todo se observa tras un cristal: comida, prostitutas, artículos comerciales, la vida familiar. Los holandeses exponen la vida y la escrutan con especial atención (incluidos sus aspectos más desagradables, algo que sorprende mucho a los extranjeros). Pero esos interiores, al mismo tiempo, descubren la ausencia de intimidad. El derecho sagrado a la intimidad se confirma en una paradoja: su ausencia. Aparte de eso, como dijo Bachelard, la casa, más aún que el paisaje, es un estado del alma. Por este motivo se deslindan semánticamente acciones tan disímiles como «instalarse», «habitar» o «vivir», en congruencia con las emociones y el estado del alma de los protagonistas.

-T.: ¿Por qué te interesó contrastar ese relato edulcorado de la capital holandesa como un sitio liberal y hospitalario con una serie de personajes que no dejan de sentir un cierto malestar o extrañamiento mientras intentan adaptarse a esa cultura?
– C.C.: 
Ámsterdam es una ciudad que absorbe y electriza cada tendencia social, y que representa una de esas avanzadillas del capitalismo financiero: sólo hay que ver cuántas empresas han salido de Londres por el Brexit y se han instalado directamente en Holanda. Es decir, conserva su condición de meollo ideológico a la que aludía antes, que data del siglo XVII: mientras en tiempos de Velázquez en España se retrataban bufones y prostitutas, en los Países Bajos se retrataban burgueses y funcionarios municipales en su ámbito privado. ¿Qué brecha ideológica se estaba abriendo paso allí, bajo el gobierno de un mismo rey? Ámsterdam se alza como uno de esos hitos que marcan las fracturas entre el norte y el sur de Europa. Varias fracturas se debieron a un cristianismo indisimulablemente agonístico que ha causado cismas y rupturas como las de la Reforma, que al fin y al cabo responde a la decisión de un traductor como Lutero (y el personaje de la novela es, casualmente, traductor, es decir, vive en mitad de ninguna parte, entre lenguas e identidades).
En opinión de Max Weber, Lutero dio un giro trascendental al concepto de Beruf al verter los textos de la Biblia a la lengua alemana, lo cual determinó la diferenciación del mundo protestante respecto del católico. Lutero sentó las bases para que el protestantismo mediara en la transición entre el antiguo régimen y el capitalismo de mercado. Y de esa tendencia me interesa la encrucijada actual, que en cierta medida prosigue la labor de Calvino, quien quiso convertir el mundo entero en un monasterio, toda vez que incluyó la vida civil como espacio en el que había que hacer méritos para la salvación espiritual o social. Todo esto me parecía significativo para la novela, pues hoy en día –cuando cada trabajador parece condenado a convertirse en su propio capitalista– el emprendimiento y la vocación se han convertido en elementos que determinan la condena o la salvación.

– T.: El narrador de la novela caracteriza la época como un ciclo de transición desde la Edad de la Ironía a una inaugural Edad del Cinismo ¿Compartís estas apreciaciones según las cuales las sociedades contemporáneas tienen un componente cada vez mayor de cinismo?
– T.:
 Me temo que sí advierto ese cinismo, uno de cuyos ejemplos más preclaros ha sido el advenimiento de toda esa cultura moral del emprendimiento, según la cual ser un asalariado (y no tener vocación de emprendedor) es poco menos que deshonroso. Por no hablar del destierro de las humanidades y de la literatura en el curriculum escolar, mientras se afianzan asignaturas de toda índole sobre cultura financiera. El cinismo reside en proclamar: «emprende, sé tu propio jefe, conviértete en tu propio capitalista, deséalo y lucha por ello». No conseguir estos objetivos significa una especie de fracaso de la voluntad: no lo deseaste lo suficiente (y, aun más, no aplicaste las herramientas que te ofrecí en la escuela). Pero mientras inviertes en tu educación (privada), tu seguro de salud (privado), tu seguro de jubilación (privado), te vas endeudando. Al cabo, los derechos básicos de educación, sanidad o vivienda acaban convertidos en meras decisiones empresariales, en oportunidades de negocio.

Por Julieta Grosso