Florencia Angilletta:«Los feminismos no pueden pensarse sin el mercado»
27 abril, 2021
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Por
Germán Costanzo Castiglione
En «Zona de promesas», la investigadora y ensayista captura el sinuoso signo de época donde se fusionan la corrección política extrema con la pretensión de erradicar los conflictos anulando a los interlocutores que enarbolan discursos incómodos o provocadores. «Se trata de pensar que hay una ética que asume que el conflicto es parte de ella y no lo excluye, que permanece en estado de pregunta pero no desde un moralismo que parece erigir a los feminismos en jueces de la vida de los otros y en policías o en sacerdotes que pueden decir una verdad revelada», destaca Angilletta.
Por Julieta Grosso
Con el propósito fundante de analizar la inscripción de los feminismos en la escena contemporánea, la investigadora y ensayista Florencia Angilletta dio forma a «Zona de promesas», un libro que bucea en ensayos, novelas y canciones de rock para caracterizar una época donde advierte las distorsiones que produce la corrección política y el equívoco de pretender extirpar los conflictos «cancelando» los discursos que generan incomodidad, mientras en paralelo analiza los retos de los movimientos feministas para no perder potencia corrosiva en lo que define como el tránsito de lo instituyente a lo instituido.
Desde una prosa que delata su fascinación por los matices de la lengua -eco de su formación en la carrera de Letras-, Angilletta define un nuevo horizonte cartesiano en el que la duda es reemplazada por un estado de interrogación permanente que le permite problematizar una escena tan intensa como resbaladiza donde confluyen el mercado, el lenguaje, el arte y las nuevas configuraciones sociales y subjetivas donde se imponen marcos de lectura que no permiten captar los matices del contexto en que fueron producidos ciertos discursos. «Si una época es todas las épocas juntas, casi es la anulación de la historia. Ninguna época es el grado cero de la historia», alerta la docente y becaria doctoral del Conicet.
Si bien el hilo conductor está anclado en los feminismos, en los retos que se abren en la transición del movimiento que va desde un posicionamiento más subversivo hacia su ingreso en una escena que lo coloca en el centro de la agenda social y habilita las dudas acerca de cómo se transmutará su poder corrosivo ahora que gravita firme sobre las instituciones y las políticas públicas, el libro irrumpe como una fuerza magnética que captura el sinuoso signo de época donde se fusionan la corrección política extrema con la pretensión de erradicar los conflictos anulando a los interlocutores que enarbolan discursos incómodos o provocadores.
«Se trata de pensar que hay una ética que asume que el conflicto es parte de ella y no lo excluye, que permanece en estado de pregunta pero no desde un moralismo que parece erigir a los feminismos en jueces de la vida de los otros y en policías o en sacerdotes que pueden decir una verdad revelada», destaca Angilletta en entrevista con Télam.
«Me parece sugerente la idea de que los feminismos no son clubes de buenas personas sino de que por fuera del bien y del mal hay una idea de ética que se hace cargo del conflicto»
FLORENCIA ANGILETTA
Precisamente, en «Zona de promesas. Cinco discusiones fundamentales entre los feminismos y la política» (Capital Intelectual) la ensayista retoma los debates que circulan a propósito de los límites de las democracias para irradiarlos al interior de los movimientos que buscan reposicionar a las mujeres y a las disidencias sexuales. «Desde los feminismos se busca hacer temblar la casa del poder, discutir los sexos y los géneros, luchar tanto por la igualdad como por la libertad, pero los horizontes de transformación social no implican la abolición de los conflictos», sostiene. Y amplía: «Los feminismos no son normativos, más bien pueden ser una forma de producir nuevas imaginaciones».
La trama versátil que el texto monta entrecruzando recursos de la crítica literaria con lecturas provenientes de la sociología o la praxis feminista y referencias a films o la cultura del rock -en la que bucea para establecer conexiones reveladoras que pasan por alto los abordajes más obvios ligados al componente patriarcal del género- se ramifica en cinco focos: el arte, la violencia, el amor, las instituciones o las dinámicas laborales. Estas categorías atrapan un clima de época y lo ponen en diálogo con un corpus que interpela especialmente a las clases medias y reproduce obsesiones generacionales que arrancan con las demandas contestarias de los 70 y se prolongan en los señalamientos que las juventudes construyen en torno a los vínculos sexoafectivos o la maternidad.
El texto instala también la pregunta acerca de la habilidad del mercado para captar fenómenos sociales y transformarlos en un nicho de consumo, como ocurre con la cantidad de obras centradas en el feminismo que se publican en los últimos tiempos, una tendencia que Angilletta insta a leer como un fenómeno de doble circulación que se incrusta en las demandas del capitalismo pero al mismo tiempo se vale de sus dinámicas para potenciar el impacto de estos movimientos en audiencias cada vez más heterogéneas. Y no deja afuera tampoco el gran reto que tienen por delante los feminismos en la transición que va desde su rol como movimiento político instituyente para instalar demandas desatendidas por la sociedad a formar parte de la agenda pública en lugares insospechados como campañas publicitarias o ciclos televisivos de notable rating que desbordan sus públicos históricos.
-Télam: Más allá del interés por situar a los feminismos en la escena contemporánea el libro viene a señalar la necesidad de implicarse en las distintas maneras de intervenir sobre el espacio público, es decir, repensar de qué modo está incluido o contenido quien enuncia en aquello que formula y no situarse como un sujeto disociado de esa escena?
-Florencia Angilletta: Estamos en un momento en el que no pueden pensarse los feminismos sin la época ni la época sin los feminismos. Es una operación bivalente: por un lado, la época está atravesada de modo indudable por los feminismos, por sus discusiones y sus interpelaciones, pero a la vez, los feminismos contemporáneos también están, en sus prácticas y en sus inquietudes, atravesados por la época. Creo que la política es lo que permite triangular en buena medida aquello que parece binario y organizar parte de las discusiones, las conquistas y sobre todo, la zona de promesas.
En ese sentido, hay al menos dos puntas para vincular época y feminismo. Una es a través de los cambios sobre lo que se denominan los sujetos del feminismo y la lucha que se ha dado para que se expanda hacia mujeres, travestis, trans y no binaries.
A la vez, no se trata de dar solo la discusión acerca de quiénes ocupan ese lugar de sujetos del feminismo sino justamente de qué tipo de subjetividad estamos hablando. Lo que se señala es que no se pueden pensar en forma política los feminismos con una noción premoderna de subjetividad. Y la subjetividad, tal cual la entiende la modernidad, está justamente llagada, herida. Esto ya lo dijo Freud, lo dijo Marx sobre las condiciones materiales, lo dijo Nietzsche sobre el problema de la verdad.
Este escenario de ninguna medida debe obliterar -sobre todo para los feminismos más difíciles que son los de la vida privada- el peso de las conformaciones subjetivas, porque en este ciclo del capital denominado por muchas y muchos como neoliberal los flujos financieros, productivos, afectivos, sexogenéricos, etc sobre las cuales intervenimos, no empiezan de la puerta para afuera sino que afectan nuestros propios cuerpos y nuestras conformaciones subjetivas. Entonces, no luchamos contra algo que está siempre en modo externo por lo cual es importante tratar de incluir nuestras condiciones de enunciación y nuestras contradicciones en aquello que se dice. Porque más que de verdad o de mentira, se trata de permanecer en estado de conflicto. Y la flecha siempre apunta a los dos lados: aquello que enunciamos nos roza, nos interpela ciertamente.
-T.: Alertás sobre la necesidad de correr a los feminismos y a las disidencias de un lugar moral con el argumento de que lo moral pertenece a la esfera privada y que el lugar de enunciación debe ser político. ¿Cómo se leer esa disquisición de lo moral como inherente a lo privado y lo político a lo colectivo frente a una formulación decisiva como «lo personal es político»?
– F.A.: Hay distintas formas políticas de organizar los feminismos. Una puede ser pensar su historización a través de la apelaciones arquitectónicas. Ahí nos encontramos con una primera apelación vinculada a la teoría habermasiana típica de la modernidad que divide entre la esfera privada, pública y estatal, una apelación vinculada a lo que sería el espacio público y que tiene que ver justamente con la lucha por la igualdad, la conquista de derechos y la plena ciudadanía. Este derecho se da en simultáneo a lo que acontece sobre todo en la segunda mitad del siglo XX cuando hacia 1970, en una frase ya icónica, Kate Millet dice que «lo personal es político» y queda de alguna forma como una especie de canción de fogón de ese momento que insta a pensar cómo aquello que sucede en lo público impacta en lo privado. Esa es la intervención que produce Millet al politizar aquello que había sido históricamente un terreno menor, efímero, frugal, fuera de lo que sería la política con mayúscula. Hoy es inquietante cuestionarnos cuáles serían los efectos de estas afirmaciones, cómo nos interpelan y de qué modo podemos seguir escribiendo los feminismos.
A partir de ahí, se abre la gran transformación de los feminismos: la interpelación se extiende del espacio público al privado, y lo que pasa puertas adentro, incluso en la cama, también es político. En ese sentido, siguiendo los pasos de Millet, Alexandra Kohan ha dicho que si todo es personal nada es político. En buena medida, estamos vinculando a los feminismos con la época y a la época con dos cuestiones que son el problema del yo, es decir, de las conformaciones subjetivas, y los problemas de la verdad. Es decir, cómo nos vinculamos con las condiciones de politización y cómo los feminismos son imaginaciones políticas y transformadoras pero en ninguna medida normativistas, que prescriban desde una moral pacata y muchas veces conservadora una suerte de nuevo manual de costumbres de cómo hay que vivir y cómo no hay que vivir.
-T.:¿Si los feminismos proponen transformaciones que se piensan dentro de la dinámica capitalista -y aceptando la dificultad mayúscula que significaría reclamar un cambio de paradigma- es viable pensar que se pueden aprovechar con astucia estas lógicas del mercado para amplificar el alcance de las reivindicaciones y al mismo tiempo impedir que el mercado las convierta en un producto con obsolescencia programada?
– F.A.: Diría que sin el mercado no se puede pero sólo con el mercado no alcanza. Esto tiene tres variables: por un lado poner en cuestión los cambios que han acontecido en los últimos años, tanto en el mundo como en nuestro país en relación con los feminismos y señalar que han pasado a ocupar una posición desbordante e inesperada respecto de sus audiencias históricas: ya no se trata solo de los feminismos de la academia, de los feminismos de ciertos partidos políticos históricos o de ciertos territorios sino que los feminismos llegan hoy a escenas años atrás inimaginables -como la televisión, los medios masivos, por ejemplo- y llegan a ser una segmento de venta. Este movimiento genera controversias importantes frente a las cuales es importante señalizar el desafío de no ser vampirizadas y mercantililizadas en la dinámica de ese ciclo del capital donde efectivamente tal cual vienen señalando Foucault y otros, las políticas de identidad pueden ser reabsorbidas por lógicas mercantiles. Frente a eso es necesario generar deslices complejos y alianzas de negociación y de tensión, es decir, volver sobre la apropiación de los feminismos significa que no hay un solo feminismo, no existe «el feminismo», que muchas veces es construido desde cierto antifeminismo o incluso desde la cristalización del feminismo mainstream sino volver sobre la idea de que los feminismos solo existen en plural.
-T.: ¿La apelación al plural es acaso también un recurso para neutralizar la aparición de jerarquías incómodas o evitar la aparición de miradas deterministas que reproduzcan involuntariamente esa normatividad taxativa que el movimiento viene a desterrar?
– F.A.. Tan importante como la expansión del movimiento es la necesidad de no intervenir como si hubiera feminismos de primera y feminismos de segunda, feminismos de escritorio y feminismos de territorio, feminismos de pañuelo histórico y feminismos de pañuelo comprado a la salida del subte. Al contrario, la puesta política por los feminismos en plural es a incluir la diversidad de los feminismos entendiendo sus inscripciones y que las politizaciones de las vidas son contextuales y situadas, y que las luchas implican muchas veces alianzas, negociaciones y permanecer en estado de pregunta. Esta mirada está construida a modo de genealogía histórica sobre los feminismos que han tenido -como muchas de las luchas universitarias por los accesos públicos y privados a una vida con mayor igualdad- alianzas insólitas a través del mercado: el hecho de la importancia del género telenovela conocido como soap opera en Estados Unidos y su impacto en términos de la lucha por el voto en ese país, los cigarrillos y la posibilidad de que las mujeres fumen muy ligada a la revolución sexual de los 70 y los cambios que hubo en términos de la comida a partir de las transformaciones en la salarización del empleo formal para las mujeres, del acceso al trabajo productivo remunerado, que implicó que se publicite cada vez más lo que se llama fast food y no la imagen del ama de casa con el delantal típica de una idea premoderna. A través de estas constelaciones se puede discutir que el mercado no empieza de la piel para afuera, que los feminismos no pueden pensarse sin el mercado y que a la vez no hay respuestas absolutas a esa pregunta porque el contrario sostiene al contrincante.
«Si algo podemos proponer es tratar de pensar una imaginación política que al menos nos permita cambiar la conversación, permanecer en estado de pregunta y traer matices»
FLORENCIA ANGILLETTA
La visibilización de las inequidades y violencias a las que dio lugar el patriarcado habilita según Angilletta ciertas distorsiones que promueven una intersección peligrosa en el terreno semántico entre conceptos próximos -pero no equiparables- como los de daño y delito o legalidad y moralidad, alentando una zona gris que empasta las diferencias y genera desde la banalización de términos como maltrato, violencia o abuso hasta la peligrosa equiparación de los grados de responsabilidad entre quien perpetra un abuso y quien incurre en otras faltas menores.
«La distancia entre daño y delito es muy escurridiza. Distintas épocas van trazando distintos límites entre aquello que constituye un delito y aquello que corresponde al ámbito del daño», advierte la investigadora, quien en «Zona de promesas» recorre los cambios sociohistóricos frente a la noción de violencia y se interroga sagazmente acerca de si la violencia de género revista una especificidad radical o se inserta por el contrario en la trama de violencias de la modernidad.
«No se trata de que el código penal se transforme en un manual sentimental: cada generación tiene que seguir inventando sus formas de amar, de hacer política, de ganar dinero y claramente la ley tiene que estar para poder cuidar aquello que antes no se había cuidado. Pero a la vez, las generaciones tienen que tener ciertos bordes que sigan poniendo en estado de interrogación aquello que está dentro de la ley. Ese proceso tensionante entre lo instituyente y lo instituido es ineludible para cualquier generación, porque sin ella todo lo bueno quedaría dentro del Estado», destaca.
Para Angilletta, el daño es aquello frente a lo cual no podría haber forma de protección estatal, mientras que el delito es aquello sobre lo que el Estado sí debe garantizar protección. «Los delitos de acoso, abuso y violación son distintos del daño –incluso del daño «patriarcal»– que, muchas veces, también persiste en los vínculos. Si todo es delito, nada es delito. La circulación de la palabra democrática contiene el principio de inocencia: inocentes hasta que se pruebe lo contrario. Y para demostrar esa culpabilidad es preciso tipificar el delito y su pena», sostiene la ensayista.
-T.: Muchas de las demandas formuladas por los feminismos en los últimos años cifran la reparación del daño en instancias de orden punitivista ¿En qué medida se pueden capitalizar para la agenda feminista los debates a nivel general que se dan desde hace más tiempo en torno a la polarización entre punitivismo y garantismo que ha entrampado las discusiones acerca de la reforma del código penal?
– F.A.: Los feminismos habitan una paradoja: en buena medida vinculados a sus orígenes, a la modernidad, al estado de derecho, a las democracias, incluso al mercado, luchan por conquistas que se enmarcan dentro de estos sistemas, especialmente aquellas vinculadas al ámbito público. Luchan por imaginaciones políticas que no sean necesariamente imaginaciones estatales pero esa paradoja convive justamente con una construcción política que incluye no solo las consideraciones sexogenéricos sino también la de las razas y las condiciones económicas, etc… y en ese sentido se produce una puesta en cuestión acerca de cómo habitar desde los feminismos el estado de derecho.
Es importante producir una distinción entre lo que es denominado el daño y el delito, configurando el delito como aquello frente a lo cual se produce una interpelación al estado de derecho, porque hay una lengua que es la ley que organiza de una forma gradual, y que incluye la reparación a la víctima y no el castigo al victimario, y una relación entre el delito y la justicia. Ahora bien, no todo lo que acontece dentro del feminismo se agota en esta configuración delictual y por eso surge la necesidad de diferenciar esta cuestión respecto del daño, el daño como aquello frente a lo cual no puede dar respuesta el Estado, pero que puede estar tramado, atravesado o circunscripto por dinámicas que estamos transformando en los modos de vivir juntos. Pero eso queda afuera de la lengua de la ley y en buena medida implica una dimensión irresoluble que es el conflicto de estar vivos y vivas.
Los feminismos interpelan al Estado al tiempo que defienden las libertades individuales. Es importante recuperar imaginaciones políticas que pongan en tensión estos dos grandes pilares de la organización política contemporánea -y en buena medida del siglo XX- que son libertad e igualdad, y por otro lado analizar la paradoja de que el feminismo vende y a la vez esta sociedad organizada en sexos y géneros sigue teniendo en la violencia una forma específica sobre la cual el Estado debe actuar. Los feminismos no pueden ser punitivistas pero esa formulación al mismo tiempo no nos pone a salvo del desafío y el irresoluble conflicto de cómo vivir juntos.
«Por otro lado, los cruces entre sexualidad y ciudadanía son crujientes porque se lucha como si el Estado pudiese contener todas las demandas feministas, a la vez que se reconfiguran las fronteras de su acción»
FLORENCIA ANGILLETTA
Para dar cuenta de ese sustrato que se resiste a ser colonizado por la corrección política o los nuevos imaginarios, Angilletta acuña la idea de «los patios de atrás», una construcción flexible que aloja lo que todavía gusta, hace reir o enoja pese a que se descorre de los actuales horizontes normativos, y donde se procesa el componente radiactivo de la vida social.
-T.: En el libro planteás que el arte es ese territorio donde confluye lo que nos gusta, nos enoja o nos sigue haciendo reír pese al imperativo de la época ¿Cómo convive esta idea con la arrasadora corrección política que llega ahora de la mano de la «cancelación» y pretende convencernos de que una obra es la cabal y literal expresión de la obra de un artista, lo que calificás como «el malentendido del yo»?
– F.A.: La paradoja es que convivimos con un momento excepcional de los feminismos contemporáneos en el que se da la institucionalización de lo instituyente que nos lleva a nuevos desafíos en lo que tal descripción propone, desde el arte, las nuevas formas de vinculación con la sociedad civil, el mercado o el Estado. Es un proceso que tiene mucho brillo pero que al mismo tiempo implica nuevos desafíos, nuevas preguntas y permanecer en estado de conflicto. Y en ese sentido creo que el arte es el patio de atrás de la democracia donde seguimos elaborando lo que nos gusta, lo que nos enoja, lo que nos conmueve, lo que querríamos querer pero todavía no podemos, lo que está ahí picando como un animal descarriado. Ese lugar último de la democracia hace que no sea una suerte de punitivismo de segunda el que aplica sobre el arte sino que sea realmente complejo y requiera nuestra atención.
Por supuesto que la democracia tiene límites y son los discursos de odio, pero lo que se conoce como cultura de la cancelación se diferencia de grandes debates que se han dado en torno a la circulación de la palabra pública porque tiene características específicas: por un lado la viralización que acontece con las redes sociales de modo tal que muchas veces se termina generando una impensada campaña publicitaria al revés, es decir, se termina conociendo la obra de la o el cancelado justamente a través de esta cultura de la cancelación y no antes. Y por otro lado frente a la típica pica, pelea o debate que la historia de la política y la estética ha transitado durante todo el siglo XX, la cultura de la cancelación propone la aniquilación del otro, su expulsión del ágora, del museo, de las redes…etc.
– T.: ¿Nuevamente estamos ante el problema de la moral cuando traspone la esfera privada y se desparrama sobre la pública?
– F.A.: Esta idea de que el otro no exista es profundamente antidemocrática y genera que a través de conquistas que nos mancomunan como son la igualdad, la justicia y los universos diversos se empleen métodos absolutamente antidemocráticos, pero además se vuelven sobre algunas cuestiones que se convierten en temas, tropiezos o desafíos de época. Volvemos sobre el problema del yo: a quién representa ese yo y construir como decía antes una épica de vivir juntos que de ningún modo se pueda resumir en una moral prescriptiva. Al revés: la zona de promesas justamente promueve, propone o se engolosina con la idea de producir temblor y sólo desde esa zona radiactiva, conflictiva, escurridiza, molesta por momentos pero absolutamente necesaria porque asume sus contradicciones y sus condiciones de enunciación e interpelación, se pueden producir saltos cuánticos.