LiteraturaLa edición como un oficio que atraviesa la incertidumbre y busca establecer nuevas conversaciones
11 abril, 2021
¿Cómo se lleva adelante el proceso de elaboración de un libro junto a los autores? ¿Qué rol cumplen al dar forma a un manuscrito? ¿O cómo acompañan el ciclo de corrección y escritura por el cual se decide poner punto final a un proyecto que lleva años?
Si la conformación de un catálogo editorial plantea una conversación, un puente con su época para generar nuevas preguntas, amplificar voces o resignificar miradas, quienes dan pulso a esa selección son los editores y las editoras, una tarea de rica y compleja tradición en el campo cultural de la Argentina que lidia con la inestabilidad de las coyunturas económicas y en la que prima la incertidumbre acerca de si esa obra se encontrará con nuevos lectores y sobre todo si podrá establecer más conversaciones.
¿Cómo se lleva adelante el proceso de elaboración de un libro junto a los autores? ¿Qué rol cumplen al dar forma a un manuscrito? ¿O cómo acompañan el ciclo de corrección y escritura por el cual se decide poner punto final a un proyecto que lleva años? Con recorridos distintos, seis editores –Paula Pérez Alonso, de Planeta; Santiago La Rosa, de Chai Editora; Liliana Ruiz, de Baltasara Editora; Mariano Blatt y Damián Ríos de Blatt&Ríos y Leonora Djament, de Eterna Cadencia– dialogan con Télam para dar cuenta de un oficio que funciona como pieza fundamental en los libros que leemos.
¿Tener una editorial y publicar por fuera de lo que «vende» es una tarea de riesgo? Para Djament, quien antes de asumir la dirección editorial de Eterna Cadencia, se desempeñó como editora en Alfaguara y en el Grupo Norma, sí en la medida en que «tal como se practica por lo menos en el último siglo es de riesgo siempre. Al menos el que arma catálogo, propone libros, autores, ideas y no la edición de libros de moda».
Es de riesgo porque opera «sobre el no saber: si un libro va a tener lectores rápidamente, si esa temática tendrá verdaderamente interés en la sociedad y contribuirá a las discusiones, ni cuántos ejemplares se van a vender en el primer año. La única certeza es la cantidad de dinero invertida para poder editar un libro y el tiempo invertido por todos los involucrados empezando por el autor».
Para los editores Ríos y Blatt, la cuestión está en que «no hay fórmulas para saber si un libro va a gustar o no y en ese sentido siempre hay riesgo. Pero se pueden tener estrategias: en nuestro caso, apostamos a que el autor o la autora siga escribiendo y nosotros publicándolos, de esa manera consolidamos su nombre y de a poco se va haciendo un lugar entre los lectores. Los alentamos a que sigan escribiendo, les damos confianza, y así crecemos todos».
En este sentido, Santiago La Rosa, que junto a Soledad Urquia está a cargo del sello Chai dedicado a la traducción de narrativa contemporánea, cuenta que a los pocos días de su primera publicación («Ocho», de Amy Fusselman) atravesaron «una crisis aguda tras las elecciones de las PASO 2019 y pocos meses después, cuando el horizonte parecía más prometedor, el inicio de la pandemia».
Con nueve títulos publicados y uno pronto a salir, La Rosa señala «la incertidumbre y las variaciones en costos» pero reconoce que «al no haber atravesado momentos de estabilidad» siempre vivieron situaciones donde tuvieron que adaptarse y «responder a la coyuntura con soluciones novedosas». En su caso, la solución fue encontrar «un plan editorial» en el que seleccionaron «con mucho cuidado» sus títulos, trabajaron sobre el texto y el libro como objeto, estableciendo una apuesta que les permitió «construir un lazo con los lectores y una base muy sólida». «Todo esto permitió que la editorial crezca y exceda nuestras expectativas iniciales», sintetiza.
Un aporte que justifica el impulso que rige detrás esta idea del riesgo es la pasión, en palabras de Liliana Ruiz de Baltasara Editora. En su opinión «la pasión en la edición impulsa a continuar a pesar de las dificultades». Una pasión que se reconoce en la praxis, en el momento de «realizar el trabajo concreto de edición entre el manuscrito y el autor o la autora».
Pérez Alonso, editora y también escritora, se desmarca del término para proponer otra lectura: «El 24 de marzo pasado muchas notas periodísticas recordaron los libros y la música prohibidos durante los años de la dictadura; en esos años siniestros era un riesgo publicar libros que desafiaran a los poderes. No solo quemaban libros sino que desaparecía gente porque escribía, publicaba o editaba. En épocas de libertad política y de expresión no hay riesgos editoriales, sí empresariales, como en todas las actividades de la Argentina, con una economía siempre inestable. La inestabilidad es una condición de la vida».
La autora de la novela «No sé si casarme o comprarme un perro» dice que «en crisis como la del 2001-2002 o esta que vivimos desde hace unos años» los editores tienen que estar «más atentos y dispuestos a cambiar el plan editorial sobre la marcha» porque tienen «menos margen de error pero el desafío siempre es saludable y también es un buen momento para fortalecer el catálogo porque los lectores buscan más libros de referencia».
En relación a los cambios de timón para sobrevivir y readaptarse en épocas complejas, La Rosa ejemplifica que «en meses de pandemia donde los grandes grupos interrumpieron su publicación y muchas de las cadenas cerraron, el vínculo con libreros y librerías independientes y el contacto permanente con lectores», mientras seguían editando y publicando, «resultó un contexto muy fecundo» y les permitió «palear meses muy difíciles de una forma sorprendente, con entusiasmo».
En opinión de Djament, cuya labor como editora fue reconocida con una mención Konex, la inestabilidad del mercado que hace más ardua la tarea editora obliga a que algún día todos los actores involucrados se sienten a pensar «qué riesgos (económicos, financieros) se pueden minimizar para la subsistencia de los proyectos editoriales y, en cambio, qué riesgos en términos de capital simbólico son inherentes al quehacer editorial y son el fundamento de esta industria».
«Un editor -señalan de manera conjunta los fundadores de Blatt&Ríos- es, en nuestra experiencia, un agente cultural. Eso significa que es alguien que se mueve dentro de su ámbito. Nosotros no estamos a la espera de que nos lleguen textos, sino más bien al revés: salimos a buscar los textos que nos interesan. Hablamos con escritores y con agentes, leemos y buscamos».
Como dice La Rosa, «el encuentro con nuevas obras es el punto fundamental, así como el cuidado y la curaduría, siempre guiada por el disfrute de la lectura y la calidad literaria y la pregunta sobre qué aporta un determinado texto a la escena. Por qué valdría la pena traducirlo es algo que nos preguntamos frente a cada título y autor. No elegimos en relación al prestigio o la fama del autor sino por la calidad de la obra».
¿Cómo reconocer esa calidad? Para el editor de Chai «una forma está en prestar atención a ciertos sellos editoriales extranjeros y en los vínculos con esos editores; en otros casos acceder al texto en los idiomas originales. Mientras para algunos los certámenes funcionan como semilleros.
«Los concursos extranjeros suelen estar tomados por grandes grupos que fichan a los autores según esos resultados» y señalan que ellos tratan «de leer fuera del hype y la efervescencia de los agentes y los medios. Una tarea fundamental es leer más allá del ruido para armar un catálogo sólido y que dialogue con la época»
SANTIAGO LA ROSA, EDITOR EN CHAI
En relación a la legitimidad que implican los concursos, Djament cree que hubo cambios en esas dinámicas de certificación: «Me parece que décadas atrás era mucho más importante para un escritor ganar un concurso o salir finalista para dar a conocer un texto literario a una editorial. Hoy la industria editorial es afortunadamente tan amplia y diversa que los concursos pueden ser un espaldarazo, pero es un dispositivo más entre otros para darse a conocer», dice la editora, para quien todas las formas de encuentro con los libros «son válidas e importantes: ferias, concursos, amigos, catálogos, presentaciones espontáneas, azares».
En el caso de Baltasara, se trabaja «con convocatorias abiertas a nivel nacional. De allí surgen nuevas obras y el surgimiento de autores» y «se descubren excelentes manuscritos», explica Ruiz, que al momento de evaluar le interesa «la trama y el estilo de escritura». Algunos de los nombres que surgieron de esa instancia son: Mariana Travacio o Juan Pisano, quien gracias al impulso de ese sello se presentó al Premio de Novela Fundación Medifé-Filba y lo ganó con «El último Falcon sobre la tierra».
Para Pérez Alonso, «los libros llegan de maneras diversas. Estoy atenta a las enunciaciones que se distinguen: alguien que ‘dice de otro modo’ siempre me llama la atención. No es tan fácil o frecuente la voz propia. Puedo registrar esa voz en un diario, o en cualquier tipo de publicación; muchas veces llegan por recomendación de alguna escritora o algún escritor o periodistas amigos o conocidos; muchas al mail sin ningún tipo de intermediario».
«Los libros llegan de maneras diversas. Estoy atenta a las enunciaciones que se distinguen: alguien que ‘dice de otro modo’ siempre me llama la atención. No es tan fácil o frecuente la voz propia»
PAULA PÉREZ ALONSO, EDITORA EN PLANETA
Y confía: «Cuando empecé a trabajar en Planeta en los 90 tenía la fantasía de que había cantidad de originales en los cajones de autores desconocidos que no llegaban a las editoriales. Pero me di cuenta de que todo buen libro tarde o temprano llega a una editorial. Hoy es muchísima la gente que escribe y quiere publicar y hay muchísimas más editoriales; el libro en papel sigue siendo un objeto deseable y atesorado, es de una persistencia asombrosa y en estos años las redes sociales han facilitado los accesos a los editores y editoras».